Después de vivir el lamentable (por utilizar un calificativo suave) espectáculo que venimos sufriendo en la Comunidad de Madrid desde la deserción de Tamayo y Sáez el pasado 10 de junio, y que en los últimos días se ha visto coronado con la penosa (por utilizar otro calificativo suave) actuación con la que nos están obsequiando muchos políticos y abogados en la seudocomisión de investigación de la Asamblea, una familiar cercana dice que a ella ya no vuelven a verla delante de unas urnas y que nunca más piensa volver a votar.
Reflexionemos acerca de esto, pensemos que quizá precisamente lo que pretenden algunos es desmoralizar a esa parte del censo que suele votar a la izquierda para conseguir finalmente los objetivos de poder que legítimamente perdieron en las elecciones de mayo, y recordemos que, con el hecho de abstenerse, perdemos el derecho moral a quejarnos de algo que nosotros no ayudamos a cambiar ante la mesa electoral. No caigamos en la trampa. Si nuestra postura es la de no votar y perder así la oportunidad de intentar reparar toda esta vergüenza, quizá es que no merezcamos nada mejor que lo que hemos tenido hasta ahora.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 12 de agosto de 2003