Siempre Mostovoi. Podrá renovarse el Celta, cambiar a este o a aquel jugador, pero mientras en su nómina siga Mostovoi a su fútbol no le faltará el buen gusto. He aquí un señor que debuta en el torneo más importante del mundo a nivel de clubes y lo primero que hace es dar un taconazo y dejar a un compañero solo ante el portero. Toda una declaración de intenciones la del capitán del Celta.
Tenía ayer el conjunto vigués una cita con la historia, siendo como era su primera aparición en la Liga de Campeones. Y pasó con nota el examen. No hizo el partido de su vida, cierto, asunto complicado a estas alturas de curso. Y de haber tenido Milosevic un poco más de inspiración, el Slavia se habría vuelto a Praga con un saco de goles.
Pero no estaba acertado el de Belgrado. Su fichaje, sin embargo, le ha dado al Celta un plus de peligrosidad del que carecía. Porque la pasada campaña, el de Vigo fue el único equipo del mundo que jugó sin delanteros. Así que la presencia de Milosevic, más allá de la escasa puntería que ayer demostró, le viene de vicio al equipo, que ha encontrado un referente, un tipo al que encomendarse cuando vienen mal dadas.
Con el taconazo de Mostovoi comenzó el Celta a escribir su discurso. Llegó en el minuto uno, pero Sylvinho no alcanzó la pelota. Había arrancado el cuadro allego a todo tren, con ganas de resolver cuanto antes el conflicto. Un cabezazo de Contreras que sacó el portero, sendos disparos flojos de Milosevic... El gol estaba al caer. Luchó Jesuli por aquella pelota como si le fuera la vida en ello y un defensor cortó su internada con la mano al borde de la media luna del área. Chutó Edú, pero el árbitro mandó repetir el lanzamiento al haberse adelantado la barrera. Mostovoi decidió que, tonterías, las justas. Agarró el balón, se perfiló y lo colocó a media altura pegado al poste derecho de Cerny.
Estaba el Celta en el escenario ideal. Sacó un puñado de contragolpes que pudieron dejar la eliminatoria finiquitada. Pero le faltó rapidez al cuadro céltico, lógico en plena pretemporada, y fluidez en el centro del campo, pues José Ignacio y Giovanella no son precisamente Schuster.
Logró huir de las prisas el Celta ante un rival inferior de la cabeza a los pies. A la vuelta del descanso, Mostovoi armó el enésimo contragolpe. Mandó el balón al punto de penalti y un defensa despejó de mala manera. Al borde del área estaba Jesuli, que se inventó una obra de arte colocando su disparo en la escuadra.
Estaba muerto el Slavia. Muerto y enterrado. Nada hizo digno de mención. Llegó el tercero, obra de Edú, y pudieron llegar cinco más. El Celta optó por el divertimento. Mostovoi, entre la algarabía general, se adueñó de la pelota, ingobernable para un conjunto, el Slavia, de perfil bajo, bajísimo, cuyo primer disparo a puerta llegó tras una hora de partido.
Ni en sus mejores sueños pudo imaginar el Celta tener tan portentoso debut en la Liga de Campeones. Sin hacer nada del otro jueves se devoró a su primer adversario, un Slavia que, salvo milagro, se despidió ayer de una competición en la que el conjunto de Lotina ha entrado a todo tren, con Mostovoi, más iluminado que nunca, al mando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 13 de agosto de 2003