Aquello no podía terminar de otra manera. Si empezó un 31 de julio en el despacho de un notario a las tres de la madrugada y siguió con el espectáculo deplorable de Julián Muñoz y de Jesús Gil acusándose de ladrones en el programa Salsa Rosa, ayer la cosa tuvo que acabar como acabó.
Con Julián Muñoz lanzándole irónicamente besos toreros al portavoz del Partido Andalucista (PA), Carlos Fernández; con el retrato de Jesús Gil donde el pintor se esmeró en aligerarlo de unos 30 kilos menos, vestido para la posteridad, contemplando la escena por encima de todas las cabezas; con Julián Muñoz frotándose el pulgar y el índice en el gesto universal del dinero cuando hablaba la ex portavoz del PSOE Isabel García Marcos; con una julianista llamando mentirosos y chorizos desde las puertas del pleno a los concejales partidarios de la moción; con un gilista llamando mentiroso a los julianistas, y con un famoso ¿periodista? tombolero, de esos que cobran por insultar a la gente en público, acuclillado junto al resto de reporteros comportándose como un auténtico partidario de la moción, aplaudiendo a Marisol Yagüe tras la lectura de su discurso.
Lo dijo Ángeles Muñoz, la portavoz del PP en el ayuntamiento marbellí:
-Esto es de vergüenza ajena.
La portavoz del PP fue la única en levantarse de su asiento para hablar, mostrando un loable sentido escénico que las cámaras agradecerían. Articuló un discurso bien trabado, y no infundió en ningún momento la impresión, como la propia alcaldesa, de que recitaba algo mal escrito y peor leído.
Muñoz vino a decir que nadie excepto los del PP tenían autoridad para reprochar ahí nada a nadie, porque todos habían demostrado no tener principios políticos sino que se movían por intereses cuando menos personales, si no ocultos.
Y como ya valía todo y en vistas de que encaraba directamente a las más de treinta cámara de televisión congregadas en el salón, Ángeles Muñoz aprovechó para arrearle una andanada al PSOE en plan estadista: buena parte de la culpa de lo que había ocurrido la tenía el PSOE "por su falta de liderazgo"; "no se le puede dar confianza al PSOE para gobernar una ciudad, una comunidad o el país". Ahí quedaba eso.
En la sala no cabía ya ni una minicámara digital. El calor abrasaba. Algunos periodistas, que habían llegado tres horas antes, a las nueve de la mañana, habían sacado algún pitillo para fumar, pero la Policía Local les había recordado que estaba terminantemente prohibido fumar.
Hasta que llegó el ya ex alcalde Julián Muñoz y empezó a fumar un cigarrillo detrás de otro; así hasta cuatro en menos de una hora. Entonces se animaron algunos periodistas y, sin respeto a la ley ni al resto de la concurrencia, empezaron a fumar también. ¿Con qué autoridad iban a ir ahora los policías a decirle a nadie que no fumara?.
En el pleno, todo el mundo se reía de todo el mundo y nadie respetaba a nadie. Cuando Isabel García Marcos dijo que el acuerdo de la moción se había firmado el 31 de julio a las tres de la madrugada con luz y taquígrafo, los julianistas y los del PP no pudieron reprimir las carcajadas.
Aún ayer no se había presentado el documento que firmaron. Aún ayer, ni Carlos Fernández por el PA, ni García Muñoz por los tránsfugas del PSOE, ni Marisol Yagüe por los del GIL habían aclarado cuándo y bajo qué circunstancia había participado la mano urbanística de Jesús Gil, Juan Antonio Roca, en las negociaciones sobre la moción. Aún ayer, los dos concejales gilistas que supuestamente habían sufrido presiones de pistoleros que llegaron a sus casas preguntando por ellos, no habían puesto una denuncia ni habían declarado en qué momento y lugar ocurrió eso. Pero eso sí: todo, con luz y taquígrafo.
Lo único que quedó claro ayer de los concejales es que se habían gastado un buen dinero en protegerse.
Como los partidarios de la moción no se fiaban de la autoridad de la policía en el propio ayuntamiento, llegaron arropados por seis guardaespaldas de impresión. Altos, amedrentadoramente musculosos, incluso guapos, vestidos de Versace, Dolce y Gabanna y con relojes y gafas Gucci. Escoltaron a los tránsfugas y a los andalucistas incluso dentro del ayuntamiento, ninguneando así a la Policía Local, que es la única con la autoridad legal en el edificio.
Los guardaespaldas expulsaban de la cafetería del ayuntamiento a quienes les indicaran los tránsfugas. Ante las quejas, un policía local allí presente aseguraba: "Bueno, eso de que es un guardaespalda privado hay que demostrarlo; para mí es una persona como usted o como yo y le habrá empujado porque aquí hay mucha gente".
El propio jefe de los agentes locales, Rafael del Pozo, también negaba que los hombres del vestido más caro y el bíceps más enorme de las cerca de mil personas que había en el ayuntamiento fueran algo más que espectadores. No le llamaba la atención ni los famosos pinganillos que colgaban de sus orejas. "Es que el pobre no sabe quién va a ser su jefe en un rato", bromeaba el más bajo de los guardaespaldas.
Minutos después, un policía local se coordinaba con los fornidos para preparar la salida de los concejales del salón de plenos.
Y al final, hubo nueva alcaldesa en esta ciudad de cien mil almas empadronadas. Y los concejales tránsfugas terminaron jaleando por sevillanas a su nueva jefa en el salón de plenos. Como tiene que ser.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 14 de agosto de 2003