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CAOS EN EE UU Y CANADÁ

40.000 policías para evitar pillajes

Las autopistas de Nueva York se convirtieron en improvisadas aceras para los ciudadanos

Tras conocerse la noticia, los neoyorquinos salieron a la calle, donde los planes de evacuación funcionaron relativamente bien, aunque algunas vías, como el puente de Brooklyn, quedaron completamente colapsadas. Las autoridades movilizaron a 40.000 policías en previsión de pillajes en las tiendas y para mantener la calma entre la población. En el centro de la ciudad, los conductores de vehículos atascados encendieron las radios para que los transeúntes escucharan las últimas noticias. Reinaba una sensación de tranquilidad dentro del caos.

A una enfermera de un hospital de Nueva York el apagón le pilló en el metro. "De pronto todo se hizo oscuro. Pero la gente se portó bien. No hubo mucho pánico, ni gritos. Enseguida se nos informó de lo que pasaba y pudimos salir y llegar al andén. Desde allí, a oscuras, sin saber dónde poner el pie porque no se veían las escaleras, logramos salir", dijo.

Esta enfermera, que trabaja en un hospital que en ese momento se alimentaba con generadores, afirmó que los enfermos también estaban "muy tranquilos". La trabajadora, después de llegar al centro médico, salió otra vez a la calle con el fin de aprovisionarse de agua fresca. Volvió al centro médico con un carrito lleno de agua embotellada para los pacientes.

Otro habitante de Nueva York confesó sentirse "muy asustado" cuando el apagón le sorprendió en un ascensor. "Afortunadamente, pudimos salir, porque el ascensor se quedó cerca de un piso. Pero hemos pasado mucho miedo", explicó. No todas las experiencias de los habitantes de Nueva York fueron tan traumáticas: Jenny, una neoyorquina de unos 20 años, pronto se dio cuenta de que no podría usar el metro para volver a su casa desde su trabajo. Le quedaba una larga caminata: cruzar medio Manhattan, 60 manzanas. Sin pensárselo dos veces, entró en una zapatería y se compró unas zapatillas rojas. "Con los zapatos que llevaba era imposible. Con éstas es mucho más fácil", decía.

Otra joven neoyorquina señaló que estaba trabajando cuando sonaron las alarmas. Salieron todos los trabajadores a los vestíbulos y allí unos fueron informando a otros del apagón. "Todos estaban calmados y nos ayudábamos unos a otros. Me ha sorprendido, porque yo soy de Chicago y allí los neoyorquinos tienen fama de gente poco amable, la verdad", confesó.

Gran parte de las tiendas cerraron y, en las que se mantuvieron abiertas, los dependientes miraban con suspicacia a los potenciales clientes por temor a saqueos y sólo aceptaban pagos en metálico, ya que los sistemas de tarjetas de crédito tampoco funcionaban.

La falta de luz también afectó a los locales de espectáculos. Todos los teatros de Broadway suspendieron sus funciones nocturnas, previendo la dificultad que supondría para muchos espectadores el tener que desplazarse por una ciudad sin metro y con las señales de tráfico fuera de funcionamiento.

El apagón en Nueva York afectó también a las finanzas. Poco después de conocerse que no había luz en la Gran Manzana, el dólar acusó el golpe y descendió con respecto al euro y al yen. Al final, conforme los temores de atentado perdían fuerza, en particular tras las declaraciones del alcalde neoyorquino, Michael Bloomberg, el euro se situó en un nivel intermedio de 1.1270 dólares y Wall Street se permitió el lujo de acabar la sesión subiendo un 0,42%.

La mayoría de los hospitales y edificios gubernamentales de Nueva York tenían preparados generadores de emergencia, que comenzaron a funcionar a los pocos minutos de producirse el apagón. Sin embargo, el simbólico edificio de Naciones Unidas no tuvo tanta suerte, y sus cientos de salas quedaron a oscuras, con lo que la policía tuvo que evacuar a los miles de funcionarios que se encontraban allí.

En Canadá, el apagón también pilló por sorpresa a los ciudadanos de Ottawa y Toronto. En esta última ciudad se cerró el aeropuerto internacional Pearson y se desalojó la Bolsa. Las calles se convirtieron en un caos de automóviles y peatones que intentaban volver a sus hogares lo más rápido posible. En medio de la muchedumbre, una ejecutiva de una empresa decidió poner algo de orden y se convirtió en improvisada agente de tráfico en el centro de Toronto.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 15 de agosto de 2003