Le calificaban como "el genio", lo que él aceptaba con gusto. Manuel Mur Oti dirigió buenos melodramas, quizá demasiado vehementes en la forma, pero en aquellos años cincuenta sus excesos se consideraban arte puro. Fue de los directores de cine más premiados, y ahora, cuando se ha muerto a los 82 años, sólo algunos periódicos han recogido la noticia, tarde y con brevedad. La discreción de su muerte ha contrastado con aquellos fastos de su otrora "genial" obra, reconocida desde Cielo negro, donde realizó el travelling más largo del cine español. En él se seguía durante algo así como medio kilómetro el recorrido de Susana Canales desde el viaducto madrileño, donde había intentado suicidarse, hasta la iglesia de san Francisco, cuyas campanas ella oía como la llamada divina al arrepentimiento. El plano se hizo famoso también por haberse utilizado leche condensada para filmar la lluvia que caía sobre la actriz, ya que en 1951 no había mejor truco para retratar el agua. Se decía que, para ello, Mur Oti había dejado sin leche a todos los niños de Madrid. Una anécdota que ya es sólo parte de la pequeña memoria de aquel artesanal cine español. Por sus méritos, la Academia de Cine le dio a Mur Oti el Goya de honor hace dos años. Y ahora, se ha muerto sin noticia.
El cine español es desmemoriado y ahora, además, parece que "se está asfixiando", como han dictaminado de nuevo sus productores esta misma semana. Tras el alarmante informe de la Academia de hace unos meses, y el subsiguiente del Ministerio de Cultura, los productores han hecho ahora sus cuentas... y no les salen. Los datos que aportan son menos optimistas que los oficiales del Gobierno, y reclaman a voz en grito que las televisiones se comprometan con el cine español y cumplan sus acuerdos. Debe de ser cierto el problema, porque en los encuentros veraniegos de la gente del cine sólo se oye hablar de la crisis particular de tal o cual empresa cinematográfica, en quiebra descarada o al borde del cierre. Deudas por todas partes, dicen, y los proyectos se contemplan a largo plazo... No hay memoria. Estos mensajes de alarma suenan como cosa de toda la vida, sin que pueda entenderse cómo al cabo de tantos años nadie haya sabido ponerle el cascabel al gato. Las crisis quedan resueltas con parches, y el que venga detrás, que arree. Se modernizan los términos, pero el conflicto parece siempre el mismo.
A veces, productores y distribuidores utilizan estrategias deshonestas para mejorar las cosas, como se hacía ya en el franquismo para disimular la existencia de la censura. Y eso no vale. La Federación de Consumidores en Acción acaba de denunciar la publicidad engañosa de muchas campañas "al extremo de presentar como protagonistas a estrellas de éxito que apenas aparecen en la película, o de preparar tráilers y carteles donde se cambia la temática, se falsea el título original e incluso se muestran imágenes que no se ven en el filme al objeto de aumentar la taquilla". Pan para hoy...
La falta de memoria repite la historia. En los tiempos de Mur Oti la censura hacía su agosto y a él mismo le mutilaron, entre otras, su provocadora versión de Fedra o el supuesto adulterio de Condenados. La censura eclesiástica era entonces poderosa, y, aunque maquillada de modernidad, sigue igual. Este año ha renovado su clasificación moral de las películas, y frente a aquella ridiculez del famoso 3-R, que advertía que sólo los mayores podían ver tal película y aún ellos con reparos, han promulgado ahora un rejuvenecido galimatías que, al parecer, consiste en la siguiente tabla: "Adultos id", (contiene ideas que pueden herir); "Adultos ima", (imágenes que pueden herir); "Adultos jo", (apta para adultos jóvenes); "Jóvenes ad", (apta para jóvenes adultos), y, finalmente, para "Todos" ... ¡Madre de Dios!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 15 de agosto de 2003