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PERSONAJES DEL SIGLO XX | Scott Fitzgerald | PERFILES

El encanto del romanticismo del fracaso

Quién fue Scott Fitzgerald? Casi un desconocido en Europa hasta hace una treintena de años, largo tiempo desdeñado en beneficio de sus inmediatos contemporáneos -Hemingway, Dos Passos o Faulkner-, al margen del universo de ruido y de furia en el que la crítica creía encontrar la esencia de América, parece un fenómeno aislado, una anomalía. De él se recuerdan el gesto extravagante, la silueta de dandi, sus tumultuosos amores con Zelda, su mujer, las deudas, el alcoholismo y su paso meteórico por las letras norteamericanas. Para decirlo todo, una notoriedad tan novelesca como efímera, una leyenda, la Fitzgerald Story, en la que el artista cuenta menos que el novelista, y el novelista cuenta menos que el hombre público": así empieza André Le Vot su libro Scott Fitzgerald ( uno de los mejores estudios biográficos dedicados al gran escritor norteamericano, junto a los ya clásicos de Mizener y Andrew Turnbull), que el autor abre con una cita del propio Fitzgerald: "Es imposible que exista una buena biografía de un buen novelista. Si éste tiene calidad, hay demasiadas personas en él al mismo tiempo".

"En el suelo alineaba las botella de Coca-Cola, que eran la muestra de su verdadero trabajo: no beber alcohol"

Francis Scott Fitzgerald nació en 1896 y murió el 21 de diciembre de 1940, en Beverly Hills, donde malvivía trabajando como guionista cinematográfico y convivía con la periodista Sheilla Graham. Anita Loos, famosa guionista de Hollywood y autora de la deliciosa novela Los caballeros las prefieren rubias, escribe en Adiós a Hollywood con un beso: "Scott tenía la insana humildad del alcohólico regenerado. Era de una humildad embarazosa. Viéndolo, me convenció de que jamás se debe desintoxicar a un borracho crónico". Anita Loos, al hablar del autor de novelas clásicas hoy en la narrativa norteamericana del siglo XX como son El gran Gatsby, Suave es la noche, A este lado del paraíso y varias colecciones de cuentos, habla de un Fitzgerald que, en 1938, se acerca a la muerte y al logro de una clase de éxito que, en palabras de Paul Mayersberg (en La casa encantada) sólo pudo darse en Hollywood: el fracaso. "Se puede sacar la impresión de que el romanticismo de Hollywood son el éxito y sus atributos. Esto es sólo parte de la realidad. El romanticismo del fracaso puede parecer casi tan atractivo como el triunfo. Hay en él cierto encanto, incluso cierto heroísmo. Un fracaso en Hollywood puede tener un mayor glamour que un éxito en cualquier otro sitio".

Sin embargo, antes de ostentar como nadie en Hollywood esta aureola del fracaso, antes de ser este Fitzgerald que, según Anita Loos, "andaba siempre incómodo entre sus antiguos compañeros e incomodándoles a todos pidiendo perdón por nada, titubeante y embarazoso, como si en realidad deseara disculparse por su pasado", antes, 11 años antes, Fitzgerald llegó a Hollywood, por vez primera, precedido por el eco de la fama, la leyenda y la fortuna que proporcionan el triunfo: no el triunfo romántico del fracaso, sino el del éxito. Era entonces (llegó a la capital de la industria del cine en 1927) el escritor de su generación más mimado por Fortuna. "Los Fitzgerald" era denominación mágica, nombre de un mito que pronunciado en las noches de Beverly Hills dejaba tras de sí una estela de hechizo, admiración y dorados acentos de la Riviera francesa. Hacía un par de años que se anunciaba la llegada del escritor, pero ni siquiera Hollywood podía creerse objeto de semejante honor. La primera fiesta a la que Scott y Zelda acudieran la organizó Carmen Myers, actriz a quien el legendario matrimonio había conocido en Roma, durante el rodaje de Ben Hur, y nunca, en su carrera de anfitriona, había logrado reunir a tan prestigiosos nombres. Se dijo que "los Fitzgerald" llegaron más bien tímidos a la fiesta, pero despidiendo, desde su retraimiento, profundas corrientes de encanto y seducción. Y desaparecieron en seguida. "Encontraron el vestuario, se llenaron los brazos de bolsos de señora y se dirigieron a la cocina. Miss Myers fue la primera en percatarse de que algo se estaba quemando. Rápidamente fue a la cocina. Allí, la anfitriona y sus invitados descubrieron a Scott y a Zelda muertos de risa. En el fogón había una olla gigante y, dentro, estaban los bolsos, hirviendo jubilosamente en salsa de tomate". Eran los juegos de Zelda. Y a Scott le encantaba participar en ellos.

Trece años después, Zelda ya no "jugaba" en las fiestas de Beverly Hills ni de ningún otro lugar del mundo. El "regenerado" Scott la visitaba, de vez en cuando, en su retiro psiquiátrico. El antiguo lanzador de candelabros en sobremesas de famosos había perdido la aureola de autor de moda, su nombre de escritor había caído en el olvido y se le había apagado aquel brillo, para él imprescindible, de la juventud. Se había convertido en un hombre tímido, silencioso, que se retiraba siempre dando la impresión de que le quedaba algo por decir, algo que había optado por callar maniáticamente ocupado como estaba en mantener un orden en sus gestos, palabras y presencia toda. Había perdido algo más que la adicción (pérdida sólo transitoria) al alcohol. Pertenecía a esa clase de escritores que en épocas de esterilidad creadora se convierten en seres extraños, como "de paso", obsesionados por recobrar la escritura, por el cumplimiento maniático de una serie de normas y ritos cotidianos, nunca antes observados, pero a los que ahora suponen motor de la fecundidad perdida. La vida se convierte en una sucesión de "ejercicios prácticos", pero son ejercicios para nada. El "regenerado" Fitzgerald paseaba inquieto por los estudios cinematográficos, obsesionado por el tipo de lápices a usar y por el tamaño de los cuadernos donde escribir. Alineaba, una y otra vez, junto a la máquina de escribir, las carpetas de guiones que permanecían vacías día tras día. En el suelo alineaba botellas de Coca-Cola que eran la muestra de su verdadero trabajo: no beber alcohol. Se aferraba a determinadas rutinas, a un orden externo capaz de revestir de cierta dignidad la perplejidad interna en que había cristalizado su estado anímico desde que vivía sometido al bombardeo de la cantidad de imágenes distintas y falsas que de sí mismo le devolvían los demás. Era una perplejidad que se traducía en su mirada y que Mrs Hacket, guionista junto con su marido de películas de éxito (Hoy como ayer, entre otros) describió así: "La primera vez que vi a Scott estaba sentado en la cantina. Lo que me llamó la atención fueron sus ojos. Parecía como si estuviera viendo el infierno abriéndose delante de él. Abrazaba el portafolios y pidió una coca-cola. De repente, se levantó para irse. Dije a Albert: "Acabo de ver a un fantasma". "Es Scott Fitzgerald", me contestó.

A veces tomaba su coca-cola en la llamada "mesa de los escritores" junto a nuevos y viejos compañeros. Y, aunque se esforzaba -y se esforzaban los demás- para que "nada se notara", su aspecto seguía siendo el que tanto sorprendiera a Mrs Hacket. El mismo Fitzgerald lo describiría más tarde, cuando sustituido de nuevo el ritual de la Coca-Cola por el del alcohol, recobró el discurso que siempre lo había unido a sí mismo -y que, esta vez, esta última vez, lo uniría a la muerte inmediata-, y escribió El último magnate, novela inacabada, en la que trabajaba cuando murió. "Era, evidentemente, un hombre al que le había pasado algo. Conocerle era como encontrarse con un amigo aturdido por causa de una pelea o una colisión. Se queda uno con la vista fija en el amigo y le pregunta: "¿Qué te ha pasado?", y él responde algo ininteligible entre los dientes rotos y los labios hinchados. "Ni siquiera tiene fuerzas para explicarse".

El gran escritor

Scott Fitzgerald, novelista estadounidense, nació en Saint Paul (Minnesota) en 1896. Es uno de los representantes de la "generación perdida". Estudió en la Universidad de Princeton. Tenía 24 años cuando publicó su primera novela, A este lado del paraíso (1920). Se casó con Zelda Sayre. Con su novela El gran Gatsby (1925), que refleja el espíritu de la sociedad de su tiempo, la crítica se deshizo en elogios hacia quien hasta entonces había tendido a minusvalorar. Convencido de su propio fracaso como escritor, arruinado, enfermo y alcohólico, Fitzgerald se emplea como guionista en Hollywood a partir de 1936. Allí comienza a escribir su novela inacabada, El último magnate. El 21 de diciembre de 1940 muere de un ataque al corazón.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 15 de agosto de 2003

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