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Un olor pestilente se extiende sobre Manhattan

Un olor profundamente pestilente, que no procedía solamente de las basuras acumuladas, planeaba en la mañana de ayer sobre las calles de Manhattan. Las decenas de miles de neoyorquinos que se vieron obligados a dormir a la intemperie después del gigantesco corte de luz no deberieron solamente esforzarse para encontrar comida y agua potable, sino una cosa muy escasa en Nueva York: retretes públicos.

El apagón obligó a muchos bares y restaurantes a cerrar sus puertas mientras que numerosas oficinas y hoteles habían cerrado sus puertas por motivos de seguridad. Los rincones tranquilos de las calles, que naturalmente estaban a oscuras, eran el único refugio para aquellos que necesitaban satisfacer sus necesidades fisiológicas.

En los alrededores de las estaciones de ferrocarril, donde miles de personas pasaron la noche esperando trenes que no llegaron nunca, el olor era facilmente perceptible. "Si le dejo entrar, también tendría que permitírselo a cientos de personas", señalaba el portero del hotel Hyatt a una mujer que le pedía permiso para utilizar los baños del establecimiento. Para ser una ciudad tan grande y con tantos visitantes, Nueva York tiene una gran carestía de baños públicos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de agosto de 2003