Supongamos que la paz es posible, que dialogando comienza la paz. Supongamos que, desde sus diferencias, el lehendakari del País Vasco y el presidente de Navarra se reúnen con un representante oficial del Departamento de los Pirineos Atlánticos. Supongamos que convienen realizar una consulta democrática entre sus ciudadanos.
Supongamos que los gobiernos español y francés también dialogan y reconocen el derecho de estas comunidades históricamente separadas (pongamos Baskeland), a decidir desde lo que son su propio futuro. Que cada comunidad, individuo y agrupación política expone libremente sus propuestas, planes y proyectos. Supongamos que todos aceptan la consulta y garantizan el cumplimiento del resultado.
Supongamos que la paz no se impone con amenazas militares ni discursos armados; que, desde el respeto a la pluralidad, en democracia la palabra constituye la única voluntad legítima de una sociedad. Supongamos que la paz se construye dialogando todos los días del año. Que imaginarla nos acerca más a un sueño, a un deseo capaz de convertirse en realidad.
Supongamos que hoy comienza la paz.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de agosto de 2003