Las becarias se quedan sin sueldo si se embarazan: lo avala Zaplana, que tiene a su cargo el bienestar social (¿habrá un ministerio de Malestar Social? ¿O es el nombre genérico de todos?), y se cumple en el Instituto Nacional de la Mujer: para dar ejemplo. Las becarias son un fragmento de lo que llamamos tontamente "la mujer". Hay otras clases de fragmentación: según dónde vivan, las dosis de religión de su ambiente o de ellas mismas, su pobreza, su dependencia del hombre; también decimos "el hombre" y hacemos mal porque cada uno está donde puede y es lo que puede. Nos han fragmentado: los poderes, ese otro denominativo del que a veces uno mismo forma parte ridícula -el capataz, el padre-, decidieron negar que hubiera lucha de clases, por lo menos desde el invento de los sindicatos verticales de Franco del Gran Poder, y desde las falacias de que todos somos iguales a los ojos de Dios y, para que nos ríamos con mueca triste, ante la Justicia, que está vendada y con la balanza en el fiel. No cesan de fragmentarnos. Prefieren una sociedad con gremios que con unidad sindical. Mejor que hombres y mujeres estén divididos y en concurrencia vital; y que nos separen por edades y creen instituciones para cada trozo. Hasta los enfermos se dividen entre especialidades asociadas en lugar de todos ante la Sanidad que a todos escatima. Los que sabemos la actual situación negativa real de la mujer, y cómo se fragmentan sus supuestas mejoras, no podemos ser feministas, como no lo era Federica Montseny, que creía en una igualdad absoluta de derechos y situaciones. Pensamos que lo que se necesita es una reforma total de la sociedad hacia esos derechos totales y a esa igualdad que no ha dejado de ser aspiración. Alguna, que siempre me aconseja mal, me dice que engaño con utopías, que hago daño; y que soy antiguo porque no creo que los extremeños sean distintos, mejores o peores, que los riojanos.
Pero nadie se para a pensar cuántas utopías llevamos conquistadas así, y cómo todavía tenemos que luchar para que se nos den íntegras y el salario de la mujer sea igual al de todos; y que no lo absorba la vivienda de constructores y políticos ante nuestros ojos: si se puede decir, ya a nadie le queda la libertad de no trabajar. Ni la de ser ciudadano general: hay que ser nacionalista para ayudar a que Aznar sea una especie heroica de español de Washington.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de agosto de 2003