Misión imposible. Incluso para alguien como Tiger Woods, el número uno. Salvo milagro propio y hecatombes ajenas, el estadounidense se quedará este año, como en 1998, en blanco en el Grand Slam del golf, es decir sin título alguno que llevarse a su bolsa de palos. Anoche tan sólo pudo firmar una tarjeta de 73 golpes (dos birdies por cinco bogeys), tres sobre par (+3), en la tercera vuelta del Campeonato de la PGA americana, en el club Oak Hill de Rochester (Nueva York, Estados Unidos), la última oportunidad. De esa manera, totaliza 219 (+9), once más que su compatriota Shaun Micheel, el líder provisional, con -2 en total tras el hoyo 1 de su recorrido de ayer, que acababa de iniciar al cierre de esta edición. Demasiada desventaja. Y demasiados otros aspirantes de por medio. En definitiva, sí, misión imposible. De momento, Woods se va a quedar sin incrementar su cuenta de trofeos grandes, ocho.
Aparte de Micheel, tan sólo otros tres jugadores iban derrotando al terrible campo que los organizadores han preparado para la competición: el canadiense Mike Weir, vigente campeón del Masters de Augusta; el también norteamericano Billy Andrade y el australiano Rod Pampling, todos ellos con -1, pero al comienzo de sus andaduras.
Quien había concluido la suya era José María Olazábal, el único español superviviente en un corte que se tragó a Sergio García e Ignacio Garrido. En cualquier caso, el vasco, ya sin pretensión alguna, relajado, fue a peor: si en los dos primeros rubricó 74 golpes, en el tercer día se fue hasta los 76 (un birdie por cinco bogeys y un doble bogey) para completar 224 (+14), una marca demasiado pobre para alguien que puede presumir de tener dos chaquetas verdes de Augusta en su armario, las de 1994 y 1999.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 17 de agosto de 2003