Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Reportaje:

Un verano con los pies en el chapapote

Los bañistas de Galicia, Asturias, Cantabria y País Vasco sufren con resignación las manchas de fuel del 'Prestige'

El veraneo en las playas el norte de España, una tradición para miles de familias, se ha visto empañado este año por los restos de fuel del Prestige. El calor y el buen tiempo han llenado las playas. La mayoría de los bañistas de Galicia, Asturias, Cantabria y el País Vasco se han manchado, sobre todo los pies, pero aguantan con resignación esta rutina. Las bolitas negras se llaman de distinta manera en cada comunidad, pero todas manchan lo mismo.

GALICIA

Sombría temporada turística en la 'zona cero'

Cada día, las galletas de fuel llegan a una media de 10 a 20 arenales gallegos. Las cifras oficiales sobre la ocupación turística en Galicia son optimistas, pero los hosteleros asumen que ha sido el peor mes de julio en muchos años. Y en muchas playas, el aceite de girasol (el mejor remedio contra las manchas de chapapote) ha sustituido a la nivea como el elemento oleoso de referencia.

Las tres playas urbanas de A Coruña, recientemente despojadas de las banderas azules que ostentaban desde hacía años, contabilizan una media diaria de unos 200 bañistas atendidos por manchas de chapapote. El récord está en casi 500 en un sólo día.

Según el responsable autonómico de Cultura, Comunicación Social y Turismo, Jesús Pérez Varela, el desastre del Prestige ha sido "una catástrofe mediática" y actualmente "está muerto". La Xunta emitió ayer un comunicado corroborando esta idea. Vivo o muerto, ha ocasionado la retirada de 15 banderas azules de las playas gallegas. "Que se retiren las banderas no quiere decir que las playas no son aptas para el baño. La calidad de las aguas y de los arenales está garantizada", asegura el consejero de Medio Ambiente, José Manuel Barreiro, en sus reiteradas comparecencias a pie de playa. A su lado, el alcalde de A Coruña, el socialista Francisco Vázquez, apoyaba el alegato y sugería que las banderas azules "han dejado de ser la referencia de calidad de las playas, ahora hay criterios más científicos".

Lo cierto es que el turismo, al menos en las playas, ha precedido a las banderas azules en su desbandada. Según los datos oficiales, la ocupación de los hoteles gallegos en julio se mantuvo en niveles semejantes a los de 2002, o incluso superiores, una cifras, dicen, "contrastadas con el sector". Sobre el terreno no son tan optimistas. "El peor mes de julio desde que estoy en la hostelería", confiesa Chelo Yáñez, que lleva más de 30 años al frente del Hostal Brisas de Cedeira (A Coruña). Al sur, en el extremo opuesto de la costa gallega, en Baiona y Playa América, zonas siempre llenas en agosto, se pueden ver carteles de "se alquila" y las antaño repletas terrazas están casi vacías. "En julio hubo un 25% menos de ocupación que el año pasado, y en agosto estamos más o menos", estima Manuel Prado, del hostal restaurante A Revolta de Carnota (A Coruña). En la Costa da Morte, en el hotel Finisterre cifran la baja de ocupación en un 40% en julio y un 20% en agosto.

En Muxía, en plena zona cero, "junio y julio han sido desastrosos", asegura Lorena Lappe, una alemana que ha restaurado tres casas antiguas para hostelería. "A la gente hay que decirle la verdad, y no engañarla diciendo que todo está bien", señala.

El bajón turístico se ha notado también fuera de las playas. "Hemos perdido, sobre todo en julio, un 50% de facturación", asegura Eliseo Calviño, presidente de la Asociación Provincial de Hostelería de A Coruña. "Lo he comprobado en mis negocios y en el número de consultas en la oficina de información que tenemos en la entrada de la ciudad", dice.

PAÍS VASCO
La Concha se llena de gente, pero también de fuel

"Es el primer día que vengo a la playa y, de repente, al salir del agua, me encuentro con que tengo una mancha grande de chapapote en la rodilla. No he visto a nadie más pringado. El único chapapote que había me lo he debido de comer yo", se queja Hugo, de Pamplona, mientras se afana en quitarse los restos de galipó con el jabón biodegradable y el papel que encuentra junto a uno de los puestos de la Cruz Roja de la playa donostiarra de La Concha.

No es ni mucho menos el único. La postal se repite a lo largo del día tanto en esta emblemática playa del Cantábrico como en otras muchas de la costa vasca, una de las más afectadas, especialmente en agosto. Según los datos del comisionado del Gobierno para la catástrofe, en esta comunidad se han recogido 1.186 toneladas de residuos hasta el 11 de agosto.

"Pensábamos que ya no había tanto chapapote", señala Cristina, mientras su amiga María limpia sus chancletas. Son extremeñas y visitan por primera vez San Sebastián. Pero ni por un momento han pensado en renunciar a la playa por la presencia de las molestas galletitas de fuel, "sobre todo con el calor que hace". Lo mismo hacen los de casa, aunque no faltan las quejas y las expresiones de pesar por el estado de las playas, que en los días de sofocantes altas temperaturas se encontraban abarrotadas. ¿Cómo lleva este verano, con el problema del chapapote? "Pues bastante mal. Hace unos días vimos un cacho bicho [mancha]...Y el gabarrón [plataforma flotante] también sale bastante sucio algunos días" responde el donostiarra Jesús Mari tras llenar un botecito de jabón, con el que sus amigos y él se limpiarán las huellas de fuel. "Es un poco trabajo de chinos", apunta Ángel, pala en mano, mientras rastrea la orilla de La Concha.

Junio, precisamente el mes en que comienza la temporada de playas, coincidió con la mayor llegada de restos de fuel -186 toneladas- a los arenales vascos desde la gran marea que obligó a su cierre en febrero. Las playas de Sopelana y Bakio, en Vizcaya, y las de Zumaia, Zarautz y San Sebastián, en Guipúzcoa, fueron las más castigadas. En julio, sólo en Zarautz se retiraron 40 toneladas.

SANTANDER
No se ve, pero mancha

El chapapote o pichi, como lo llaman en Santander, no se ve, aunque mancha, por lo menos en la emblemática playa del Sardinero y en la mayoría de los arenales de la capital cántabra, donde operan servicios de limpieza constantes. En las calas y playas menos turísticas aún se pueden ver las piedras impregnadas de negro y el fuerte olor a fuel las ha vaciado de gente.

Muchos de los veraneantes que acaban de darse su primer baño en aguas del Sardinero salen con manchitas en los pies "del tamaño de una alubia", describe Noelia, encargada de dar una servilleta impregnada en aceite en uno de los puestos habilitados por el Ayuntamiento. "No lo he visto, parecía que no había", dice Eduardo, de 43 años y residente en Vitoria, mientras se limpia en el puesto de Noelia. Pese a mancharse en su primer día de playa, está satisfecho con el estado de limpieza.

Pero esta aparente limpieza cuesta lo suyo. "Todas las noches pasan máquinas para cribar la arena, y de día hay equipos de operarios recogiendo las galletas", cuenta Tomás, un hamaquero que calcula en un 30% la reducción de su clientela este verano.

Los días sin chapapote son un privilegio de las playas que gozan de "limpieza continua", aquellas "que están de cara al público", según Felipe, otro socorrista con el que coinciden muchos cántabros. "Las calas más escondidas, las que conoce la gente de aquí, están dejadas de la mano de Dios", sigue Felipe. Playas como Covachos o Bocal, la cala de La Maruca o las de San Vicente de la Barquera, más rocosas y de más difícil acceso para los equipos de limpieza y los turistas, están repletas de fuel.

Según reconoce el comisionado para el Prestige, 62 de los 64 arenales cántabros han recibido restos de fuel en algún momento desde el naufragio del barco. Desde el 1 de julio, según datos recolectados por EL PAÍS, 20 playas siguen recibiendo galletas de chapapote a diario. Cantabria ha perdido las 12 banderas azules que tenía.

Paola, madrileña de 23 años, pasó un par de días en la playa de Covachos. "Se nota que le han limpiado la cara, las rocas más cercanas a la arena, pero si nadas, te encuentras galletitas cada tres metros, o manchas en los acantilados", describe. "Da rabia, porque es preciosa. Se ve que la intentan limpiar, el problema es que el chapapote sigue llegando", afirma.

Reportaje elaborado con información de Xosé M. Pereiro, Yolanda Montero, Cecilia Jan y Mario Bango.

Protestas en Asturias

En la playa del Aguilar, una de las más apreciadas y concurridas de Asturias, situada en el municipio de Muros del Nalón, estuvo totalmente prohibido el baño durante dos jornadas a finales de julio, en plena temporada veraniega, por la masiva presencia de restos de la carga del Prestige. Un total de 63 playas asturianas han sufrido este verano los embates del galipote, que es como se llama allí. Una cifra que dobla a la de Galicia.

"Lo grave no es lo que ha pasado sino la sensación negativa que van a llevarse muchos visitantes de que tantos meses después el litoral todavía siga afectado" afirma Carlos Nava, presidente de la Federación de Turismo Rural de Asturias. Todos los operadores confirman que se han reducido de manera muy apreciable las reservas este año en julio. Agosto, sin embargo, será un buen mes, o eso parece.

La limpieza ha provocado polémicas. El miércoles pasado, nueve playas del turístico concejo de Llanesaparecieron acordonadas por la mañana con un aviso de Tragsa, la empresa pública dependiente del Ministerio de Medio Ambiente encargada de la limpieza de las costas, en el que se anunciaba el cierre temporal "debido al alto contenido tóxico de las aguas y de la zona intermareal". Pero Tragsa no puso esos carteles. Fueron sus trabajadores, enfadados porque las autoridades ocultan el mal estado de la costa asturiana. "Quieren que estemos bien a la vista en las playas con bañistas, vestiditos con las fundas blancas, las bolsas de residuos y las pegatinas de Medio Ambiente. Hay calas llenas de galipote sin limpiar porque nadie las visita", dijeron en un comunicado.

Los marineros siguen retirando fuel del agua. Y están desesperados. "Es una pesadilla que no nos hemos quitado de encima este año; no hay manera", corrobora Juan Fernández, que se baña a diario en las aguas próximas a la desembocadura del río Nalón, en el centro de Asturias.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 18 de agosto de 2003

Más información