No quiero que termine la Gran Semana donostiarra sin hacer llegar al alcalde Elorza mi agradecimiento por los festejos tan originales y variados que nos ha preparado: fuegos artificiales, música hasta las tantas, más música hasta las tantas, más música hasta las tantas.... Bueno, también están los toros y la Quincena Musical, pero esos eventos no los organiza él, a Dios gracias. Mis hijos están felices, aunque ojerosos y desmejorados, eso sí.
Aun a riesgo de incurrir en las iras y recibir un chorreo del primer edil, al que ya sabemos lo poco que le gustan las críticas, me atreveré a ennumerar algunos ligeros inconvenientes, a saber: imposibilidad de dormir a pesar de la doble ventana, persiana, tapones y Orfidal. ¡Hombre, será por el calor! Atascos innumerables, insuperables e insufribles, aunque con un eficaz policía municipal cada 50 metros que si el semáforo está en rojo, te hace parar y si está en verde te indica que avances con profusión de pitidos y ademanes. Profesionales que son ellos.
Hay suciedad y olor a letrina por casi todas partes. Claro, es porque no llueve; los hay quejicas. Campamentos, con tienda e campaña y todo, de visitantes sin recursos que duermen, orinan, vomitan y se lavan los dientes en los jardines y fuentes públicos sin que nadie les moleste. Y es que bastante ocupados están los representantes del orden municipal multando a conductores, al tren chu-chu o a desconsiderados jóvenes skaters para atender a esas minucias. ¿Pero qué pretenden, qué además de ser eficaces tengan también el don de la ubicuidad? Desde luego, con ciudadanos tan intransigentes y protestones no hay nada que hacer. Pues si no les gustan las fiestas, que se vayan a un monasterio. ¡Serán carcas!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 18 de agosto de 2003