Todos suspiramos por las vacaciones. Los expertos dicen que hay personas, las muy activas y pluriempleadas, que las pasan mal porque no se adaptan a la vida tranquila y sosegada. También existen las contrarias -las menos-: las que se van de vacaciones para descansar de no haber trabajado y que a la vuelta han de ir a descansar de nuevo para sacudir el estrés producido por las vacaciones. Entre unas y otras estamos la mayoría, los que estamos cansados porque los meses del invierno fueron largos y no estuvimos parados. Deseamos las vacaciones para cambiar de horizonte y de actividad habitual, para disfrutar lo más posible con y de los nuestros, para conocer personas y ambientes diferentes.
Un negocio no va adelante si cada final de jornada sus dueños o promotores no hacen balance. Todos, cada uno de un estilo, llevamos un negocio entre manos. Puede ser el profesional o el familiar: nuestras relaciones con el cónyuge, con los hijos y con los parientes, o ambos. El siguiente paso es obligado: rectificar lo preciso, estimular lo mejorable y potenciar cuanto de positivo hayamos encontrado. Son días para recordar qué cosas querríamos haber hecho, es oportunidad para ver cómo, dónde, y en qué momento de nuestra semana podríamos hacer un hueco para dedicarlo, en forma de prestación social, en favor de los demás. Ser voluntario, más que una moda, es una necesidad. Las vacaciones son momento adecuado para buscarle un hueco en nuestro día.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de agosto de 2003