Problemas, al parecer, de la distribuidora de esta pequeña, inopinada joyita han retrasado -como también ocurrió con otra película alemana reciente y estimable, Solo de clarinete- el estreno de El camino más corto, una sensata, bella metáfora sobre el conocimiento y el aprendizaje que surge, lo que es la imaginación de un buen guionista, de la anécdota más gris.
Porque todo lo que pasa en este largo, accidentado y a la postre vivificante filme-viaje nace de la pasión de su solitario protagonista, Hannes (Joachim Król: un rostro espléndido de hombre común le presta una credibilidad extraordinaria) por... ¡los horarios de los trenes!, pasión que le llevará al confín norte de Finlandia, es decir, al fin del mundo, para participar en un concurso de memorización de viajes, trenes, trayectos... y para encontrar el amor.
EL CAMINO MÁS CORTO
Director: Peter Lichtefeld. Intérpretes: Joachim Król, Outi Mäenpää, Peter Lohmeyer, Kati Outinen, Kari Väänänen. Género: comedia. Alemania-Finlandia, 1997. Duración: 87 minutos.
Con este arranque, un accidente que parece un asesinato y un policía de bofetada, Peter Lichtefeld bordó, hace ya seis años, aunque sólo ahora podamos contemplarlo, un filme sólido e irónico, que a medida que se va adentrando en territorio nórdico parece irse metiendo, igualmente, en un mundo cinematográfico ajeno: el del gran Aki Kaurismäki, a quien se homenajea a gusto.
Y no sólo con la presencia de dos de sus actores fetiche, Mäenpää y Väänänen, sino también con el recurso a un sentido del humor tierno y nada sentimental, a una narración seca y casi behaviorista, a un empleo de la metáfora visual y hasta de la concisión en la interpretación que convierten la película alemana en un digno continuador de la experiencia estética de uno de los grandes del cine de este continente.
Un filme humilde y sabio, hecho con amor y sin aspavientos: un feliz descubrimiento.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de agosto de 2003