Hace unos días, en las páginas de EL PAÍS, el alcalde de Benicàssim recordaba la buena disposición del Ayuntamiento en 1995, cuando prestó todo el apoyo a la iniciativa de dos jóvenes madrileños que querían convertir su habitual lugar de vacaciones en un referente musical independiente sin precedentes en el Estado español. Lo que se podía haber entendido como una moda o capricho fugaz para jóvenes indies, ha pasado a ser una de las más importantes manifestaciones culturales juveniles de ámbito europeo, con todo lo que esto supone para el prestigio de este hospitalario municipio como para el enriquecimiento turístico de la zona.
Así las cosas, se trataría tal vez de apostar por propuestas de tiempo libre arriesgadas, saludables e inteligentes como respuesta a las problemáticas costumbres que tiene cierto sector de la juventud para divertirse, respetando el derecho al descanso del vecindario. El FIB no debería ser una excepción, sino un modelo para el deseable entendimiento entre la administración y los agentes sociales implicados (promotores artísticos, asociaciones juveniles, empresas patrocinadoras...) en el desarrollo de proyectos de ocio alternativo de calidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de agosto de 2003