El fútbol ha cambiado tanto que a partir del próximo fin de semana los aficionados de todo el planeta identificarán la Liga española con el hombre que desde que apareció en público con crucifijos de Theo Fennell y combinó trajes de Dolce y Gabbana con rosarios de cuentas enroscadas a corbatas negras "ha hecho mucho por la joyería masculina", según dice la estilista inglesa Polly Gordon.
Chica viril y hombre femenino, objeto de culto gay y mito sexual para quinceañeras
"¿Es tonto, muy listo o simplemente afortunado? Nadie está seguro"
Unos 20 reporteros ingleses forman una horda pegajosa adherida a la pareja
Venerado en todo el planeta, especialmente en el Lejano Oriente, el hombre responde lo mismo que Buda: "No soy un dios". Y, aunque sus fans no se lo creen, el resto de la población permanece entre descreída y expectante a la espera de alguna revelación que explique el fenómeno. A nadie le pasa inadvertido -ahí reside el negocio-, pero los más futboleros acaso vislumbren epifanías en su especial manera de pegarle a la pelota. "¡Mira cómo describe con su torso un ángulo de más de cien grados respecto a la línea del suelo!", "¡mira cómo ataca al balón, dando un giro repentino!". Así le da al lanzamiento la dirección y el efecto de rosca que le ha hecho famoso y que los cánticos de los hooligans mancunianos llevaron desde Old Trafford al estadio de Kobe con la música de London bridge is falling down: "¿Quién dobla los tiros libres alrededor de tu barrera, / alrededor de tu barrera, / alrededor de tu barrera?/ ¡David-David-Beck-ham!".
El fichaje de David Beckham (Londres, 1975) por el Madrid se fraguó en abril, dos meses antes de su anuncio oficial, el 17 de junio. Después de la eliminatoria de la Liga de Campeones con el Manchester, el presidente, Florentino Pérez, selló un pacto con el jugador. Al aceptar los 6,1 millones de euros que le ofreció de salario anual, Beckham dio su consentimiento para que juntos forjaran una sociedad de un poder lucrativo y mediático sin precedentes en el fútbol. La clave está en la proyección que tienen las imágenes de marca, la de Beckham y la del Madrid, y la revalorización de ambas asociadas ya no sólo en Europa, sino en Asia y Norteamérica, los mercados con mejor pronóstico de crecimiento, dos ámbitos en los que Beckham, como dicen los economistas, "goza de gran penetración".
La presentación del jugador, de dimensiones inéditas por el amontonamiento de medios de comunicación, se produjo el 2 de julio. El acto giró en torno a Florentino Pérez, como hacedor del nuevo Madrid. Además de afirmar varias veces que contrató al centrocampista "porque es un gran jugador de fútbol", como si hiciera falta recordarlo, el presidente dejó escapar su verdad por la rendija de un discurso sencillo y hermético como una caja negra: "David Beckham es un símbolo de la posmodernidad".
Sea lo que sea que haya querido decir Pérez, es evidente que Beckham es la prueba viviente de una tendencia nueva. Representa ante todo una imagen. Debe su poder a una audiencia global que le admira más por ser célebre que por su modo de jugar o de actuar. Es el vicario de millones de jóvenes ansiosos por tener acceso a un mundo ilusorio. "La televisión ha producido una cultura común", escribe el historiador de arte, Robert Hughes; "que casi ha borrado la experiencia de primera mano de la naturaleza".
En esta realidad posmoderna, donde los horizontes se angostan y las vanguardias revolucionarias se evaporan, Beckham es el héroe por antonomasia. La celebridad perfecta. Una superficie capaz de sugerir al público todas las posibilidades imaginables. Multimillonario de clase trabajadora, negro rapero y rubio con mechas, a lo Bowie, padre responsable y adolescente neurótico, indio mohicano y monje zen según cómo le de al peluquero, futbolista y artista, chica viril y hombre femenino, objeto de culto gay y mito sexual para quinceañeras. Acaso no sea nada o sea un freak -como llaman los anglosajones a los tipos raros-, un mutante que al decir de la canción c'est chic!
Embarcados en averiguar qué cosa es su compatriota más internacional, decenas de intelectuales ingleses han terminado por hundirse en un pantano. La más célebre de las columnistas que practican este deporte es Julie Burchill. En su libro Burchill on Beckham, la escritora bucea en aguas insondables: "Lo grotesco del fútbol inglés es que sólo cuando los futbolistas cobraban dinero de bolsillo parecían hombres de verdad. En el momento en que tuvieron un salario medio se convirtieron en muchachos. Y cuando consiguieron la fortuna de un rey se volvieron niños pequeños. Muchos de nosotros apenas nos sorprendimos cuando descubrimos que uno de los hobbies de David Beckham era hacer copias de tebeo, como la que hizo de El Rey León -que luego mandó a Victoria como prueba de amor-, pero pronto nos hicimos a la idea y probablemente pensamos: '¡Ah, qué dulce!' ".
Burchill alcanza una conclusión que la carcome: "¿Es realmente tonto, muy listo o simplemente afortunado? Nadie está seguro".
Superhombre o síntoma de un mundo en descomposición, Beckham nunca pasa inadvertido. En el vestuario del Madrid su fichaje provocó inquietud nada más saberse la noticia. Guti anunció que se buscaría equipo y, a la semana siguiente, el capitán, Fernando Hierro, y el entrenador, Vicente del Bosque, abandonaron el club en un clima de confusión, rumores de riñas tumultuarias y amotinamiento. Florentino Pérez, que ha puesto todo su afán en explicar que no despidió a nadie, dice que simplemente dejó que los contratos caducaran. Con este giro argumental, Pérez dio por terminada la crisis y presentó a Beckham como si fuera la culminación de su triunfo. La victoria de una visión. La "evangelización" del mundo, según ciertos ideales madridistas.
A los 22 días, Beckham estrechó las manos de sus nuevos compañeros en la Ciudad Deportiva. Entre suspicaces y curiosos al principio, no tardaron en percibir que se trata de un tipo callado, amable y perfeccionista que escruta todo de reojo, como quien no quiere molestar. "No habla apenas, ni en inglés", comentan. "Es encantador", dicen; "es un buen chaval".
Tímido, temeroso de romper el equilibrio de egolatrías, Beckham actuó con inteligencia: en el campo se puso al nivel de Makelele. Durante los partidos de la pretemporada bajó más que ningún centrocampista. Demostró que tiene oficio, que sabe moverse en la defensa, mostrarse para recibir un pase, devolverlo bien y combinar con precisión. Lo elemental, bien hecho. Y, sin embargo, hasta el día de hoy no se ha resuelto a lanzar todos los córners, ni todas las faltas, aun cuando es el más indicado para hacerlo en la mayoría de las situaciones del juego. Por lo demás, en el Madrid viene ocupando prácticamente el medio centro, una posición en la que puede lucir un pase inconfundible, liftado, tenso, levantando un poco el balón para ponerlo a huevo. Un pase largo capaz de encontrar a Ronaldo y Raúl a 50 metros y que tapa sus propias carencias a la hora de ir de cabeza y robar balones. Llega muchas veces tarde cuando la anticipación es un don necesario para todo medio centro.
Su cicerone en el vestidor fue de entrada su compatriota Steve McManaman, que hasta 1999 representó exactamente lo contrario. En el campo, con la camiseta del Liverpool, y fuera del terreno de juego, como abanderado de una cultura juvenil callejera, afín a los bares, las faldas, las carreras de caballos y el rock and roll.
La única compulsión que experimentó Beckham en su adolescencia fue comprarse ropa. Jugar al fútbol formó parte de una obsesión alimentada por su padre, Ted, desde que aprendió a caminar. Durante su infancia en Leytonstone, el barrio obrero del Este de Londres donde nació, y luego en Essex, ambicionó ser jugador de fútbol. A los 14 años, en pleno empeño, saltó de alegría cuando supo que el Manchester, el club que adoraba, se había fijado en él durante un partido mientras jugaba en el poco conocido Waltham Forest Boys.
Exceptuando cuatro jornadas a préstamo en el Preston North End, en 1995, nunca abandonó el Manchester, en el que creció bajo el patrocinio de Alex Ferguson como en una burbuja protectora. Desde la pensión de Annie Kelly, junto al viejo campo de entrenamiento, hasta que fichó por el Madrid, con 28 años, sobre Beckham pesan las costumbres insulares que han lastrado a los jugadores británicos en su adaptación desde que comenzaron a emigrar al continente en el decenio de los 70. Quizá, a diferencia de la mayoría, su ventaja sea la ambición.
"Me gusta ser famoso", suele decir; "quiero que me reconozcan. De otra manera, no habría podido conseguir lo que he conseguido hasta ahora".
Cuando se casó con Victoria, alias Posh (Pija), de las Spice Girls, en 1998, ella era más rica y popular que él. Entre los dos han creado un ámbito en el que todo parece regirse por la ley del consumo a discreción, un cierto jugueteo y el romance propio de dos jovencitos enamorados. Ambos parecen disfrutar mucho con el idilio, sobre todo cuando lo representan ante un fotógrafo y un consejero de modas. "Igual hemos contribuido en parte a cambiar el mundo en el que la gente se relaciona con la pareja y los hijos", dijo él, en la última edición de la revista Vogue mientras ella todavía llevaba puesto el coulotte negro de Agent Provocateur con el que había posado entre sus brazos.
Los tabloides ingleses han entronizado a la pareja, como dice Piers Morgan, editor del Daily Mirror: "En temporada baja solíamos poner en portada a los miembros de la familia real. Ahora nos inclinamos por la reina Posh y el rey Beckham".
El nacimiento de su hijo Brooklyn, primero; luego, la llegada de Romeo; toda la vida de los Beckham, sus encuentros con el príncipe Carlos, con Mick Jagger, con Elton John, las escapadas al supermercado, lo que les dijo la cajera, los trámites más triviales..., se registran a diario. El Porsche negro que Beckham emplea en Madrid va siempre escoltado por un pelotón de fotógrafos a la caza de una imagen que puedan vender por una buena suma. Agencias de noticias, free lances, reporteros del Sun, del Mail, del Mirror y del News of the World constituyen una horda pegajosa de unos 20 individuos directamente adheridos a los Beckham: a las puertas del campo de entrenamiento, a las puertas del hotel donde viven mientras buscan una casa, cuando se asoman a la ventana, en cada semáforo... "Yo atropellaría a los fotógrafos con el coche", dice un compañero de Beckham en el Madrid; "no lo soportaría. No sé cómo se puede vivir así. Pero a él parece que le da igual".
"¿Cuándo te vas a cabrear?", le preguntó un empleado del club, sorprendido ante la inmutabilidad del recién llegado. Beckham, a lo sumo, frunce el ceño o levanta una ceja. No exhibe otro signo de embarazo. Parece que nada en el mundo se le interpone y así lo confirmó la semana pasada: "Siempre he controlado mi destino".
Con superpoderes o sin ellos, entre la prensa británica se extiende el rumor de que sus expresiones están prefabricadas. ¿Habla Beckham por sí mismo o habla la empresa que se ocupa de su imagen, SFX Sports, con sus agentes Tony Stephens y John Holmes al frente? ¿Habla él o habla su esposa y el entramado de márketing a sus espaldas, con la empresa Outside Org y Caroline McAteer al mando? Cuando cada palabra que se diga puede tener consecuencias económicas graves, conviene hablar poco y, si se tercia, ir preparado.
Al revelarse su fichaje por el Madrid, Beckham repitió la palabra "reto". Dijo: "Es un gran reto". Durante la gira del Madrid por Asia, el adjetivo más utilizado por el jugador para definir su "experiencia" en el nuevo equipo fue "sorprendente". El sábado pasado, en vísperas de enfrentarse al Mallorca en la Supercopa, cuando se vio asaltado por un grupo de periodistas británicos, se detuvo, con gesto serio, y dejó que su voz aflautada emitiera un breve comunicado: "Si quieren saber cómo me encuentro, diré que muy excitado".
No hay más truco. No hay más que oírle explicar cómo lanza sus tiros libres, en el canal Manchester TV, para saberlo. "Mientras arman la barrera", comienza, "debes poner tu mente en blanco. Mira la portería, calcula el ángulo y decide. No necesitas mucha carrerilla. Estira los brazos para equilibrarte. Mantén tus ojos fijos en el balón. Tócalo en la parte inferior derecha,si eres diestro, para recogerlo y haz que gire acompañándolo con el interior del pie. Flexiona la rodilla izquierda e inclínate hacia atrás sobre la pierna de apoyo. Luego, contempla cómo el público se vuelve loco".
Y el destino, como el balón.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de agosto de 2003