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OTRA FORMA DE VER | El 'CRACK' QUE MÁS VENDE

La familia Adams

Fue un vendaval. Recibimos la noticia de que la familia Adams preparaba su traslado a la Liga y los acontecimientos se precipitaron en una secuencia vertiginosa. En un pispás, lady Victoria Adams, David, su impecable marido de diseño, y los encantadores pequeñuelos Brooklyn y Romeo desestimaban la oferta inmobiliaria de Parla, Orcasitas y Alcorcón y ocupaban piso en La Moraleja.

Luego, don Alfredo di Stéfano, presidente de honor del Real Madrid, acompañado por una comitiva de notables del club vestidos indistintamente por Gucci y Tucci, ofreció al neófito Beckham una camiseta con el número 23 y lanzó al aire un pellizco de monja...

-Mmm... Está claro que el tipo es un buen jugador: no hay más que ver la cantidad de fotógrafos que han venido al pabellón con la calor que hace.

Aquel tipo tenía un pase envenenado y un tiro fulminante. Sin embargo, don Alfredo había alternado con Pancho Puskas, un marciano nacido en Hungría que sumaba la pegada más dura del siglo al toque más exquisito, así que su escepticismo no era sólo un sentimiento avinagrado por los años, sino sencillamente una imposición profesional.

Para compensar, David inició su despliegue publicitario con la dedicación de un ave del paraíso: abrió al mundo su fulgurante sonrisa de porcelana, movió las nalgas bajo sus vaqueros skater con la pericia sabrosona de Cantinflas, exhibió un diamante river en el lóbulo de la oreja, se recogió el pelo en la doble coleta más conseguida desde la jubilación de la señora Trini, una distinguida churrera salmantina que frecuentaba la Casa de las Conchas, y, entre autógrafo y autógrafo, blandió una uña del dedo meñique afilada como un bisturí.

Para prevenir críticas interesadas conviene insistir en que esta criatura envuelta en celofán es un portento de la mercadotecnia: vende más gafas, diademas, calzoncillos y botes de tinte vegetal que cualquier jefe de planta de Harrod's, sin olvidar su presencia en mesas petitorias, mercadillos de beneficencia y bautizos de postín. Hemos de reconocer además que casi juega tan bien como su suplente Guti, el hombre que casualmente comparte una irremediable zozobra con él: después de muchos intentos, tampoco ha conseguido dar con el peinado definitivo.

En cuanto a la propagación de sus valores estéticos, estamos en disposición de anunciar una revolución en las discotecas. Aunque la simplificación capilar de gente como Ronaldo las habían saturado de calvos de competición, seres de cogote bruñido y dragón tatuado, ahora podemos vaticinar la llegada de una comparsa de lechuguinos dispuestos a emular al Príncipe Valiente. Aún más: quizá saludemos muy pronto, para regocijo de Llongueras, Ruphert, Juanmi el del hotel Glam y otros genios del secador, la aparición de la triple moña con bigudí, extensión y mecha. Pero, al margen de la nueva línea de permanentes, nadie debe olvidar el hecho fundamental: a día de hoy, Beckham, mixto de maniquí y efebo florentino, con sus disfraces prêt-à-porter y su mirada de níquel, es el más plástico, elástico, fantástico y profiláctico de los galácticos.

Bajo este descomunal chaparrón de almíbar sólo acertamos a predecir un problema sanitario: si el mago de Oz y su primo Queiroz no lo remedian, se avecina un empacho sideral de té, gomina y leche merengada. ¡Puaaag..!

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de agosto de 2003

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