El pasado 8 de agosto jugaba el Madrid en Hong Kong contra una selección local ante 40.000 espectadores enfervorizados de los que, por lo menos, las tres cuartas partes vestían la camiseta merengue y portaban manoplas, globos y otros adminículos blancos. El Madrid ganaba por 2-0 en los primeros veinte minutos de juego en un ambiente de fiesta y celebración. En el 26, en un saque de esquina, un delantero chino consiguió marcar un gol de cabeza. La reacción popular fue fantástica: 40.000 ciudadanos de Hong Kong, de los que unos 30. 000 vestían la camiseta del Madrid, festejaron con todas su fuerzas y utensilios de mercadotecnia blanca el gol del equipo rival. Un delirio.
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Veinte minutos más tarde el Madrid ganaba por 4-1 cuando los lugareños consiguieron marcar su segundo gol. Se repitió la escena: miles y miles de hipotéticos madridistas celebraban por todo lo alto el segundo gol del contrario. Ni qué decir tiene que los cuatro goles de Figo, Ronaldo (2) y Raúl se celebraron con igual pasión y fervor.
A partir de la contemplación de ese comportamiento colectivo se pueden hacer los análisis que se quieran: sociología deportiva apresurada, valoración comparada de las distintas civilizaciones y culturas..., o incluso resaltar una vez más el Oriente enigmático.
En realidad, lo que aquellos miles de chinos hacían al aplaudir los goles propios y ajenos hasta conseguir la confusión total era un sutil homenaje al talento del añorado Juan García Hortelano, un espléndido escritor, maravilloso contertulio, colchonero hasta con Gil y Gil, ex militante del partido comunista y miembro del consejo editorial de EL PAÍS que, cuando en la noche electoral del 28 de octubre de 1982, el recuento de votos era ya irreversible en favor de los socialistas, supo resumir en una frase las emociones y sentimientos encontrados: "Creo que han ganado los nuestros. Nos vemos en Barajas". Lo de Hong Kong era lo mismo.
Ahora que va a empezar la Liga nos deberíamos sentir todos un poco chinos, partidarios de las paradojas y contradicciones, amantes de la confusión, porque ¿quién nos iba a decir que a estas alturas de la vida estaríamos deseando el comienzo de la Liga para poder olvidarnos, al menos en parte, de la grosera altanería de Aznar, de los exabruptos de Cascos, de las marrullerías de Trillo, del servilismo de la cúpula del PP, del permanente atentado a la inteligencia en que, con el esfuerzo de todos, se ha convertido la cuestión vasca (excluidos los nazis de ETA, que van por otra parte), de la falta de reflejos y la sobra de candorosa ambición de Zapatero y su equipo, de lo que hemos intuido al escuchar los interminables rifirrafes en la comisión de investigación de la Comunidad de Madrid o del esperpento marbellí?
No hace demasiado tiempo, en la dictadura, era la clase política -franquistas, neofranquistas, tardofranquistas, franquistas históricos o cristianofranquistas- la que deseaba que comenzara la Liga cuanto antes para que la ciudadanía se olvidara de los problemas y miserias del país. Hoy, con democracia, el fútbol se ha convertido en uno de los escasos remedios para sobrellevar tanta mezquindad, torpeza y avaricia. Hemos pasado del "pan y circo" como arma e instrumento de alienación a reivindicación y anhelo ciudadano. En el fútbol, por lo menos, se entiende todo. Hasta lo de Makelele.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de agosto de 2003