El Atlético huele mucho a nuevo. Tanto, que se ha vuelto distinto de un año a otro. Radicalmente diferente en casi todos los conceptos. Sobre todo, en los deportivos, y tan sólo de manera aparente en otros. Porque, no, no todos los cambios son creíbles. No lo son, desde luego, los que afectan al club desde una mirada institucional, ya que Jesús Gil dice que no está, pero sigue ahí, guardián del juguete, que considera propio, aunque se esconda supuestamente lejos de la butaca presidencial. Y ahí seguirá, ahora que se ha demostrado que sus ganas de venta del club llevaban mucha carga teatral, hasta que el Tribunal Supremo dicte sentencia de una vez -se espera su decisión en el curso de la temporada- sobre la realidad del Atlético y la titularidad de sus acciones.
Gregorio Manzano se anuncia seguro, pero se le ha visto dudar en cuanto una frase, devaluando a Raúl, levantó polvareda
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Hasta entonces, el Atlético hará como que su futuro no pende de un hilo con la ilusión de quien estrena un traje. Porque lo estrena. Pese a la precariedad de su caja de caudales, los rojiblancos han modificado su fisonomía. Sin un duro, pero con más fichajes que nadie. Ahí están Lequi, en la defensa; Simeone -el viejo guerrero, que retorna para recuperar los valores perdidos-; Novo, Musampa y Nano, en el centro del campo, y Rodrigo y Nikolaidis, en la delantera. Siete caras nuevas, que llegaron con la carta de libertad, cedidas o a bajo precio, a las que se suman los chicos de la cantera (Ortiz y Pínola) y los cedidos que retornan (Gaspar, Colsa, Paunovic y Sergio). La sensación de cambio engorda al calibrar las bajas, muchas del equipo titular (Coloccini, Albertini, José Mari y Luis García). También se fueron, o se quedaron sin ficha, Otero, Armando, Esteban, Nagore, Stankovic, Dani, Correa y Carreras.
Pese a la renovación de la plantilla, la variación más pronunciada afecta al banquillo. Fiel a su costumbre de descuartizar a sus ídolos, el Atlético se deshizo de Luis Aragonés -su ciclo estaba acabado, era evidente, pero su pasado merecía reverencias majestuosas y no una patada por la puerta de servicio-. Y decidió probar suerte con un entrenador sin contrastar. De currículo brillante en lugares menores (Toledo, Rayo, Racing, Valladolid y Mallorca), de los que ha sabido salir muy airoso, incluso con el título de la Copa bajo el brazo, pero sin experiencia en las plazas fuertes, ésas en las que te juegas la vida cada semana: en donde tu salud depende de un resultado, cualquier detalle amenaza con convertir el vestuario en un polvorín y cada una de tus palabras es examinada con lupa. Gregorio Manzano se anuncia seguro, muy convencido y con la autoestima elevada, pero ya se le ha visto dudar en cuanto una de sus frases levantó polvareda -"para mí, Raúl no es un crack", dijo, y los gruñidos del Madrid le hicieron temblar-. No deja de ser una aventura, un riesgo, que, eso sí, ha arrancado bien.
El Atlético sale intacto de la pretemporada. Con mejores marcadores que juego, pero con el saludable aspecto de quien comienza con buen pie. Ha enseñado aspectos interesantes en la defensa, en la capacidad de llegada de algunos jugadores (Musampa) y en la recuperación del olfato de otros (Javi Moreno). También la incertidumbre de si a Simeone le quedan fuerzas para sostener al equipo como único pivote y si el fútbol de toque que predica Manzano se impondrá al vértigo que exige la casa. Muchas novedades a las que quién sabe si, a la salida de este suplemento, se añadirá Ibagaza, el culebrón del verano. Ahora ficho, ahora no, ahora sí...
Pese a la lluvia de innovaciones -también en el estilo sensato que Toni Muñoz, el nuevo director deportivo, ha impuesto en la confección del equipo-, el principal argumento es el del año pasado. O sea, Fernando Torres, el Niño, la esperanza de la grada, el seguro de vida de los gestores, el arma del técnico que sea. Es decir, que muchas caras nuevas, pero, en el fondo, otra vez en manos del mismo chico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de agosto de 2003