Por primera vez en un decenio, el Deportivo tiene la amarga impresión de que se está quedando atrás. Para un equipo acostumbrado a competir con los grandes en el mercado de fichajes, la sensación resulta extraña, y le ha dibujado una mueca como de desconfianza: mientras el Barcelona y el Madrid han sorteado la crisis con refuerzos deslumbrantes, las novedades en el Depor tienen forma de ventas.
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El traspaso al Bayern Múnich de Makaay, el máximo goleador continental de la pasada temporada con 29 goles en la Liga, le ha dejado unos veinte millones de euros en caja, pero se ha llevado por delante una máxima de su presidente, Augusto César Lendoiro, por la cual el Deportivo había dejado de ser un equipo vendedor.
Las emociones que ahora cruzan la cabeza de los deportivistas tienen bastante que ver con las de aquel agosto en que el Barcelona le arrebató a Rivaldo sin tiempo para reaccionar. Como en aquella ocasión, los dividendos del traspaso llegaron con el mercado agotado; a diferencia de entonces, ha sido voluntad del Deportivo permutar los tantos del holandés a cambio de euros, a razón de casi tres cuartos de millón por cada gol anotado en la Liga.
Mandaron los rigores del presupuesto y la voluntad del propio jugador. Con la autoridad de quien afronta su sexta temporada en el club, el entrenador, el vasco Javier Irureta, advirtió de los serios riesgos de la operación: "Ahora somos económicamente más fuertes, pero deportivamente mucho más débiles".
Puede que careciera Makaay del ascendiente sobre Riazor que ejercieron Rivaldo o Bebeto, pero con él la pegada estaba garantizada. Era el tesoro de la plantilla, lo que ha terminado de extender un desánimo que ya se intuía. Mientras los hinchas de su íntimo rival, el Celta, tomaban la calle en junio para celebrar la clasificación para la fase previa de la Liga de Campeones, el tercer puesto fue encajado en A Coruña como un trauma: por primera vez ha tenido que examinarse en agosto en su camino hacia la Liga de Campeones, un engorro para su deteriorado estado de ánimo. Quizás exagerado: si se toma el caso de Rivaldo como ejemplo, no tardaría el Deportivo en pasar página con los primeros títulos de su sala de trofeos.
De hecho, aunque la ausencia de refuerzos pinte un panorama desconocido en Riazor, la nómina del Deportivo sigue resultando apabullante. Sin Makaay, puede elegir Irureta para la punta del ataque entre Tristán, Luque y Pandiani, recuperado tras su brillante paso por el Mallorca.
Y, sobre todo, conserva a Valerón, que después de un curso empañado por las lesiones, ha dado muestras de resurgimiento en los partidos de la pretemporada. A su alrededor volverá a girar el juego del equipo, con lo que ello tiene de garantía de productividad y exquisitez.
Javier Irureta se ha cansado de pedir refuerzos, pero Lendoiro ya no se parece a aquel mago que cumplía los más extravagantes sueños de sus entrenadores. Ahora que las veleidades del fútbol comienzan a pasar factura y en tesorería crecen las telarañas, toca rentabilizar las existencias, en forma de pruebas en algunos casos sorprendentes. Entre ellas, la adaptación de Luque al carril izquierdo, en el que ha rendido de forma satisfactoria en los amistosos veraniegos. La 2003-2004 podría ser también la temporada del regreso de la magia del díscolo Djalminha, pero la renovación del entrenador, con el que protagonizó un célebre altercado en un entrenamiento, le deja fuera de los planes del club.
Además de la de Makaay, hará frente el Depor esta temporada a otra ausencia, en este caso predominantemente sentimental: a sus 40 años, Donato abandona Riazor. Sobre las espaldas de los veteranos Fran y Mauro Silva recaerá ahora todo el peso de la tradición, la responsabilidad de conectar a la hinchada con los primeros años de la expansión deportivista, cuando un tercer puesto en la Liga desencadenaba entusiasmo, y no frustración.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de agosto de 2003