Una vez más, la combinación de una situación laboral de despido con la abundancia de armas causó ayer una matanza en EE UU. Salvador Tapia, de 36 años, que había sido despedido hace seis meses, abrió fuego en Chicago contra sus antiguos compañeros de trabajo en Windy City Core Supply, una empresa de piezas de recambio para automóviles. El tiroteo concluyó con la muerte de seis personas.
El agresor también acabó muerto. Los agentes intentaron negociar por teléfono con el airado trabajador pero rechazó cualquier arreglo. El responsable de policía de la ciudad, Philip Cline, explicó que, cuando los agentes entraron en el edificio, fueron recibidos con disparos y respondieron al fuego. El homicida fue alcanzado y murió al ser trasladado al hospital.
"El problema es el acceso tan fácil a las armas de fuego", dijo Cline. "Alguien que nunca debió haber tenido una pistola la tenía y éste es el resultado", agregó. Tapia había sido detenido en 12 ocasiones en los últimos 14 años.
El momento final del tiroteo es perfectamente imaginable, porque ha ocurrido con frecuencia en la realidad y en la ficción televisiva: la policía apostada con tiradores de élite en los edificios cercanos o cubierta tras sus patrulleros con las luces arrojando destellos, el intercambio de disparos y, al final, el silencio. El suceso duró, desde el principio hasta el final, una hora.
La semana pasada, en Ohio, un trabajador de otra empresa de piezas de recambio mató a un compañero antes de suicidarse. Para encontrar matanzas de similares dimensiones y circunstancias hay que remontarse a 1999. En julio, un operador financiero mató a nueve personas en Atlanta; en noviembre, un mecánico de Honolulú mató a siete personas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 28 de agosto de 2003