Valencia. Hospital Provincial. Servicio de Urgencias. Una tarde de agosto a las 20 horas. Acudo para que atiendan a mi hija, que requiere atención médica urgente. Una brevísima exploración conduce a un diagnóstico que me parece precipitado, por lo que le sugiero al médico que vaya más allá de ese exiguo reconocimiento. A regañadientes accede a una primera analítica de sangre.
Y ahí comienza un rosario de actos clínicos, que omito por la brevedad que requiere el medio, pero que califico de improvisados y discontinuos, en un ambiente de hacinamiento tercermundista. Todo lo cual condujo al parte de alta médica que se nos dio a las 4 de la madrugada del día siguiente, (¡8 horas después del ingreso!), sin patología significativa alguna.
Ante tales carencias, el ciudadano padece una humillante indefensión, siendo como es la protección de la salud un derecho fundamental, que debería de estar plenamente garantizado mediante unos medios y unos profesionales (los que miran cara a cara a los pacientes y los que planifican la gestión en los despachos) dignos de un país realmente moderno. Al fin y al cabo, estaremos todos de acuerdo en que la salud es lo primero y en que con ella no se juega. A ver si es verdad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 31 de agosto de 2003