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Necrológica:

Charles Bronson, un duro que no quería serlo

Su rostro lituano parecía esculpido en piedra dura, con arrugas profundas y misteriosas que sorprendían en un tipo tan joven. Su cuerpo robusto se había forjado picando en las minas, y luego como soldado en la guerra del Pacífico. Fue su aspecto de imbatible lo que llamó la atención de algún director de casting. El sábado murió a los 81 años en Los Ángeles, a causa de una neumonía.

Contaba treinta años (había nacido el 3 de noviembre de 1921) cuando, en 1951, apareció por vez primera en el cine, junto a Gary Cooper, en el pequeño cometido de un marinero polaco, que no pasó inadvertido a los productores, aunque sí a los críticos.

Rápidamente le encargaron personajes de bruto o de indio, que en el cine de entonces eran cosas parecidas, lo que Charles Buchinski, su verdadero nombre, aceptaba sin reparos y sin muchas ilusiones de futuro.

Ni su intervención en la famosa Los crímenes del museo de cera, 1953, filmada en relieve, o en múltiples westerns, entre ellos los dos en los que también actuó Sara Montiel -Veracruz (1954) y Yuma (1957)-, consiguieron hacerle despegar.

En 1960 llegó su gran oportunidad con Los siete magníficos, película emblemática, que también supuso el trampolín de lanzamiento para Steve McQueen y James Coburn.

Con el definitivo nombre de Charles Bronson su carrera fue ya imparable: La gran evasión (1963), Cuatro tíos de Texas (1963), Propiedad condenada, (1966), Doce del patíbulo (1967)... Pero siguió encasillado en personajes de boxeador, indio malo o asesino perverso..., de los que él pretendía zafarse para intervenir en otro tipo de cine.

Casado con la actriz Jill Ireland, intentó una carrera distinta en Europa, incluso riéndose de sí mismo -Sucedió entre las 12 y las 3 (1975)-, pero el público sólo quería verle en los estereotipos que le habían hecho famoso y le dio la espalda.

A Bronson, pues, no le quedó más remedio que regresar a su parcela, la de un hombre de pocas palabras y escasa expresión, pero íntegro y de acción decidida: "No hago películas para los críticos y ni siquiera para mí mismo", comentaba resignado. "Sólo están hechas para entretener. Yo no soy más que otro producto del mercado, como una pastilla de jabón".

De esa forma, a partir de 1968 se convirtió en un peso fuerte en la taquilla, comenzando por el western de Sergio Leone Hasta que llegó su hora (1968), para seguir con Chato el apache, (1972) Fríamente, sin motivos personales (1972) o El justiciero de la ciudad (1974), Yo soy la justicia (1982), El justiciero de la noche (1984)...

Sus biógrafos aseguran que el público masculino le admiraba por su fuerza bruta, y las mujeres, por su magnetismo animal, entre feo y guapo. Y continúan asegurando que en todos sus papeles se podía advertir una ternura secreta y especial que los directores no supieron ver.

Bronson aceptaba esa frustración sin pestañear, sintiéndose alejado del cine que le había dado popularidad y dinero, haciendo vida aparte, sin ilusiones.

Sólo cuando en 1972 le entregaron, junto a Sean Connery, un Globo de Oro por el conjunto de su carrera se permitió sonreír y asegurar en su breve discurso que era un premio "que sentaba bien", aunque "lo malo de ser famoso es que la gente te reconoce y te señala con el dedo. Es algo que me turba y a lo que no me acostumbraré nunca".

Deseado o no por él, el cine de Charles Bronson no pasará a la historia precisamente por su calidad. Participó en 97 películas y en muchas series de televisión. Se especializó en aquellos filmes que tantas veces rozan la exaltación de la violencia o la defensa de valores justicialistas de tufillo reaccionario.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 2 de septiembre de 2003