Soy un joven profesor de Secundaria. Dentro de poco empezamos el curso y estoy ilusionado en compartir mis experiencias estivales con mis alumnos. Aparte de eso, pienso en las nuevas actividades que podría proponerles. Es un salto cualitativo hacia un tema que para el mundo de sus padres quizá quede un poco alejado y, como consecuencia, no tenga mucha importancia: África. Sería bueno que estos niños, desde pequeños, pudiesen conocer este continente olvidado. Es cierto eso de que el que conoce, ama y respeta. Eso es lo que me propongo: crear en su sala de estar, en su comedor o en su cuarto de baño, un frente de defensa y ayuda a un continente tristemente olvidado en todos los ámbitos de la actualidad. Es el gran salto, la gran revolución, el dejar a un lado ese insolidario y ciego etnocentrismo occidental y, de paso, salvar a esta juventud desilusionada e incomunicada ofreciéndole un proyecto que dará a la humanidad un motivo de orgullo. Por una vez el hombre dejará de sentirse culpable por vivir en este mundo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de septiembre de 2003