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Woody Allen atrapa en Salamanca el poderío del barroco

El cineasta actúa hoy en San Sebastián y mañana en Barcelona con su banda de jazz

Woody Allen desenfundó anoche su clarinete emparedado por el imponente bloque barroco del patio del antiguo Real Colegio de la Compañía de Jesús, hoy Universidad Pontificia, en Salamanca. Las notas saltaron firmes y desafiantes frente a la historia de la grandeza jesuítica que durante siglos ha impregnado el poderío pétreo calificado como "el conjunto arquitectónico más brioso, más gigantesco, más pletórico de esencias barrocas de todo el arte español".

Pero tanta grandeza secular no achicó a Woody Allen, que a las 21.07 colocó los dedos sobre las llaves del tubo, se llevó a los labios la embocadura con la lengüeta de caña y un sonido penetrante y claro, pero aterciopelado, rasgó el peso de la historia y de la piedra dorada, mientras 850 personas se estremecían en sus asientos, unas por fervor mitómano y otras por el especial sonido de la melodía en un ámbito monumental privilegiado.

Al término de la primera melodía, Allen -camisa azul, pantalón béis- tomó el micrófono y musitó: "Me gusta el sitio, maravilloso este sitio, me gusta la gente, y deseo que la gente sea feliz, y tocaremos para ustedes".

Sin programa previo marcado, Woody Allen y los seis miembros de su orquesta organizaron el concierto en torno al último disco, Wild man blues, con melodías (After you' ve gone, Lonesome blues) vertidas hacia el regusto de la vista atrás con temas del jazz de los años 1920 a 1940, clásicos de Nueva Orleans. En el concierto, patrocinado por Caja Duero, el actor-director interpretó piezas que, al decir de entendidos en el género, el clarinetista consiguió atinar con los registros de la cornamusa medieval reconvertida. Con su figura peculiar sobre el escenario coronado por la masa perfilada de las torres gemelas de La Clerecía, saltó al recuerdo su personaje en la oscarizada película Annie Hall cuando sentenciaba: "Creo que voy a embellecer envejeciendo".

A sus 67 años, el músico que toca el clarinete los lunes en el café Carlyle de Nueva York no se había topado con otro escenario similar, en el que la ornamentación barroca en arcadas, óculos, balconadas y recias columnas que trasladaban la teología que cocieron allí mismo jesuitas como Francisco Suárez, Luis de Molina o Gregorio de Valencia suponía el contraste abierto con el tono austero y suave de un Woody Allen delgado, pequeño y algo encogido, cargado de obsesiones y de miedos.

En la fila 11, Basilio Martín Patino advirtió "un choque de civilizaciones" al acoger el marco soberbio barroco al creador estadounidense con su instrumento de viento. "Por fin viene un americano a humanizar ese espacio, toda esta retórica jesuítica: Woody, tan poca cosa, frente a Trento", apuntó también el director de Octavia, interesado en el sentido de la escenografía más que en el resultado musical, porque "ha quitado énfasis a todo esto un tío que va por la calle y mira los escaparates".

El concierto se cerró con un final apoteósico, ya que Woody Allen ofreció un premio de dos canciones y terminó tocando otras dos más entre el delirio del público, que siguió la última parte con especial complicidad y degustando varios solos del músico-cineasta.

El director, con su mujer, Soon-Yi, y sus dos hijas, se alojó en las celdas reconvertidas en hotel de lujo del convento dominicano de San Esteban.

Envolvió a Woody Allen el lujo de los integrantes de la New Orleans Jazz Band, con Hedí Davis (director musical y banjo), Conal Fowkes (contrabajo), Robert García (batería), Cinta Sayer (piano), Simon Wattenhall (trompeta) y Jerry Zigmont (trombón). Hoy, Allen y su banda actuarán en San Sebastián y mañana en Barcelona, para cerrar en la ciudad francesa de Vienne su gira europea.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de septiembre de 2003