La sidra natural es seña de identidad y uno de los mayores tesoros gastronómicos de Asturias. Pero el malabarista escanciado y el ritual de beber varias personas en el mismo vaso resulta un grave impedimento a la hora de conquistar mercados exteriores y, particularmente, integrarse en la restauración, que es el lugar donde las bebidas de calidad libran la gran batalla. Hacía falta liberarse de hábitos y costumbres que sólo tienen sentido en el chigre o la campa, y crear una nueva línea de sidra natural presentable y competitiva frente a sus dos más inmediatos competidores: la cerveza y el vino blanco. Es la sidra de mesa, también conocida como de nueva expresión, en la que la calidad y personalidad se ofrecen sin necesidad de escanciarla, con la limpieza y brillantez de una bebida noble, verdadero vino de manzana elaborado con variedades autóctonas seleccionadas. Sidra de mesa con cuerpo, cremosa, de gustos frutales, bien dotada de acidez, con una explosión refrescante en la boca gracias al ligero carbónico natural, profundos aromas de manzana en un marco balsámico de notas tostadas, y vivo sabor agridulce. El cuerpo y la acidez de la excelente sidra natural no sólo limpia, sino que también prepara las papilas gustativas, permitiendo que el guiso marino, por ejemplo, un marmitako, se convierta en un bocado sutil. O que la andarica (nécora), al igual que el resto del marisco cántabro, resulte particularmente sabrosa. Hermosas armonías gastronómicas que justifican su mayor precio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 6 de septiembre de 2003