El espectacular desembarco de la cúpula del Partido Popular efectuada ayer en Barcelona -José María Aznar; el recién nombrado candidato a la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy; los dos vicepresidentes, y tres ministros- para reforzar la candidatura de Josep Piqué en las próximas elecciones autonómicas constituye una apuesta sin precedentes de los conservadores para recuperar el espacio político perdido en Cataluña. En las últimas elecciones municipales el PP quedó relegado a un cuarto puesto, con sólo el 11% de los sufragios, por detrás de Esquerra Republicana.
La masiva presencia del Gobierno se interpreta como una clara intención de españolizar al máximo los comicios catalanes. El Partido Popular tiene, sin duda, un importante recorrido por delante y un buen recuerdo. En las legislativas de 2000 logró el mejor registro de su historia, con más del 22% de los votos. Su objetivo ahora es tratar de evitar por todos los medios una victoria de Maragall, en la medida en que un triunfo socialista en Cataluña supondría un punto de inflexión en la maltrecha trayectoria actual del PSOE y cambiar las expectativas de este partido de cara a las próximas elecciones generales de 2004.
El mensaje que lanzaron ayer Aznar, Rajoy y Piqué para los próximos comicios sitúa al Partido Popular como último baluarte frente al nacionalismo catalán y contra cualquier propuesta de reforma del Estatuto o de la Constitución. La estrategia de los conservadores es tan decidida como arriesgada, ya que vuelve a situar al PP al margen del consenso político en Cataluña. La reforma del Estatuto de autonomía es una iniciativa que comparten todas las demás fuerzas políticas catalanas, aunque con distintos acentos e intensidades.
Las esperanzas de Piqué, sin embargo, sólo cobran sentido en la medida en que pueda aportar los diputados suficientes para permitir a CiU mantener el poder y continuar con la mayoría actual. Una propuesta que sin duda pone al descubierto las contradicciones entre política y poder. El PP se presenta como el principal adalid contra los nacionalistas y, sin embargo, aspira en Cataluña a gobernar con ellos, aunque con el propósito de rebajar sus planteamientos. De conseguirlo, el PP obtendría además un valioso seguro de cambio ante una hipotética pérdida de la mayoría absoluta en las legislativas de 2004.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de septiembre de 2003