La penúltima banda en la cresta de la ola -ya les supera en ventas Evanescence- del rock juvenil occidental pagó la deuda de su anterior ausencia en Madrid hace unos meses presentándose en la capital con el proverbial handicap del pésimo sonido del coso cubierto de Vistalegre, en Carabanchel. Pese a este detalle no menor, y tras superar una primera parte del concierto en el que las sutilezas sonoras quedaron relegadas por la caña más burra, Linkin Park exhibieron gran poderío metálico y dos excelentes solistas al frente, sabiendo cómo combinar todos los elementos musicales, incluido el épico, que hacen felices a los posadolescentes aficionados al rock con cierto toque solemne. Lo mejor llegó en el último tramo, cuando la mezcla de hip hop, metal y melodías de mesiánica grandeza sintetizó en las mejores canciones -Pushing away, Crawling, In the end y One step closer- para regocijo del público que abarrotaba el recinto y que no se privó de corear ningún estribillo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 10 de septiembre de 2003