Cuando a la vuelta de las vaciones de verano uno piensa en lo que significa calidad de vida para los ciudadanos que viven en ciudades como Amsterdam, Zúrich o Estocolmo, uno se da cuenta de que el Ayuntamiento de Barcelona tiene que dar un giro decidido a su política. En particular, para reducir los ruidos y la pestilente contaminación del trafico. Hay que poner más semáforos, aumentar el tiempo de paso de peatones, reducir el de los automóviles, subir el importe de las multas y el precio de las zonas azules, más pasos de cebra... Y, sobre todo, hay que hacer cumplir las normas. Sólo poniendo las cosas mas difíciles a los conductores privados (cada vez más numerosos) podremos algún ida parecernos un poco a nuestros vecinos del norte.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de septiembre de 2003