"Es obvio que si soy el seleccionador es porque estoy convencido de que es más positivo para el rendimiento del equipo que Valerón salga en el segundo tiempo. Otra cosa es que todos nos divertimos más cuando él tiene la pelota. En eso estamos todos de acuerdo". Así justificó Iñaki Sáez su decisión de retrasar de nuevo la salida de Valerón, otra vez relegado al banquillo hasta avanzado el segundo periodo. Sáez se mantuvo en sus trece, aunque el partido pidiera a gritos la entrada del canario.
Al jugador del Deportivo no parece importarle demasiado su papel secundario y huye de cualquier protagonismo. "Me da igual jugar desde el minuto uno, desde el quince o desde el sesenta", afirmó el media punta. Valerón aseguró que cuando irrumpe en el partido no nota especialmente cansados a los rivales, la teoría que esgrime el seleccionador para aplazar su ingreso. El deportivista tampoco percibe desde el banco que el encuentro reclame su presencia. Al menos así lo dijo tras el partido, con la sencillez que acostumbra.
Respecto al estado del césped, que tanto preocupó en las vísperas, a vista de pájaro, la hierba estaba en perfectas condiciones. Una moqueta. Pero poco después se vio algo raro en la conducción del balón por parte de los jugadores españoles. Como si una misteriosa fuerza les impidiera transportarlo con comodidad. El cuero salía escupido de las botas de los futbolistas más allá de lo aconsejable. Dos o tres metros, espacio más que suficiente para que los ucranios desmontaran el ataque local. Tal vez porque haya faltado tiempo para que las placas de césped hayan enraizado definitivamente. O tal vez porque los jugadores españoles no tuvieron ayer en la primera parte la sensibilidad en los pies que les permitiera manejar el balón con soltura. Había expectación por saber el estado del terreno, plantado completamente nuevo en 20 días.
El resultado fue considerado "una obra de arte" por el ingeniero agrónomo encargado de la transformación, Manuel Serrano, que mandó traer arena de sílice de Cuenca y de Segovia, así como tepes de Cáceres. Pues bien, no se puede decir que estuviera mal ni bien. Simplemente extraño. Eso sí, en el descanso, tres empleados del Elche salieron al campo con rastrillos y se dispusieron a aplastar todas las desigualdades.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de septiembre de 2003