Manuel Viola (Zaragoza, 1916; San Lorenzo del Escorial, 1987), uno de los más destacados representantes del expresionismo abstracto español, dedicó buena parte de su vida a tratar de llevar a la práctica una de sus más íntimas convicciones: "El objetivo final del arte es mostrar los tejidos internos del alma". Primero buscó esa meta a través de la poesía; luego, en la pintura, la disciplina que le encumbró. Una galería donostiarra muestra hasta el 17 de octubre una antológica de su obra.
La exposición reúne en la sala Paupa (paseo de Salamanca, 2) un total de 27 pinturas que abarcan tres décadas de creación de este integrante del mítico grupo El Paso -junto a Antonio Saura, Rafael Canogar y otros-. No son demasiadas piezas para tratarse de una antológica, pero la familia de Viola "no se quiere desprender de los cuadros", explica el responsable de la galería, Jon Idiakez.
En todo caso, bastan para hacerse una idea de su vigor pictórico y de la pasión con que vivió y plasmó en sus cuadros. El artista, que estudió Filosofía y Letras, se trasladó a finales de los años treinta a París, donde militó en la Resistencia, conoció a Picasso y entró en contacto con los surrealistas. De entrada, quedó atrapado por esta corriente, aunque "paradójicamente no será recordado en su nómina", apunta Manuel Lacarta en el catálogo de la exposición.
Poco a poco evolucionó hacia el expresionismo abstracto. "Su obra estaba signada por una singularísima fuerza, un hilo que le unía con ese otro gran aragonés llamado Francisco Goya y que le conectaba con el mejor espíritu de la pintura española", dijo de él Canogar.
En 1949, Viola regresó a España y en 1953 realizó su primera muestra individual en Madrid, mientras se dedicaba a vivir, al flamenco, a los toros, a la fiesta. En su plenitud, en 1958 se integró en el grupo El Paso hasta su disolución dos años después. "Queda entonces un pintor desengañado del poder", afirma Lacarta. Viola "escapará hacia el disparate, el guiño mundano, y se vaciará hacia la soledad del místico, en El Escorial, su reducto íntimo", donde murió en 1987 tras una carrera que le llevó a exponer en Nueva York, México, Florida, Chile, Argentina,...
La de Paupa es su primera exposición en San Sebastián, que coincide con otra de Saura en el Kursaal. Se trata de pinturas abstractas de fondo negro con pinceladas de color. "Está reflejada su época de París, donde siempre aparecen la muerte, la persecución", asegura Idiakez. "Era un pintor muy temperamental". Saura ha escrito sobre él: "Viola fue también el buen torero-pintor que, con su capa oscura, logró algunos de los más bellos pases de arte español contemporáneo".
La idea de realizar esta antológica tomo fuerza cuando el galerista de San Sebastián asistió a la muestra realizada este año en Pamplona con obra de Viola. "Nos fascinó su fuerza", explica Idiakez, "y nos pusimos en contacto con su marchante". Hasta ahora Paupa sólo había exhibido la obra de artistas locales y quería "exponer a alguien de peso y contrastar las referencias pictóricas entre los artistas de hoy y los de antes".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 16 de septiembre de 2003