"Parecía Marsella", dijo Ronaldo, al salir del campo. En efecto, por el ruido predominante de la hinchada visitante, el Bernabéu fue marsellés. Pero en la hierba el dominio aplastante correspondió a los de camiseta blanca. Desde el anfiteatro más alto los 3.000 hinchas del Olímpico hicieron temblar las gradas bajo sus saltos y sus cánticos, amparados en el mutismo del público local. Abajo, en el campo, y al igual que frente al Valladolid, el Madrid jugó como si lo hiciera sin oposición, al resguardo de su patente superioridad técnica.
El partido comenzó sin más respuesta en la grada que la que brindaron los aficionados franceses. Chamartín parecía el Velódromo de Marsella. Bengalas rojas, banderas jamaicanas, atmósfera festiva y una melodía pop: "¡Na-na-na-na, na-na-na-na, hey hey hey l'oooom...! [L'Olympique de Marseille]".
El efecto sonoro de la presencia marsellesa en el estadio se acrecentó ante la súbita huelga de los Ultras Sur. Mientras que el aficionado madridista medio fue fiel a sus costumbres reservadas, el grupo con más fama de alentador se quedó callado, como protestando por algo. Banderas caídas. Chavalería sentada. Los culos en los asientos, nada de baile, nada de saltos. Los componentes de la peña se limitaron a contemplar a la hinchada del Olímpico, mientras el Madrid hacía alardes de manejo de pelota y dominio del juego sin muchos resultados en el área de Runje. Y, aunque avasallados sobre la hierba, la única voz cantante en el Bernabéu, seguía siendo la de los marselleses de la grada norte.
El tanto de Drogba, consecuencia de un rebote azaroso, fue la única señal de respeto del OM por la divisa de su escudo: "Directo al gol". Esto coincidió con el entusiasmo de la hinchada visitante. Si el Bernabéu se despertó no fue por la excelencia del juego del Madrid sino sólo por una cuestión de números: el 1-1 de Roberto Carlos y el 1-2 de Ronaldo. Los Ultras Sur terminaron por romper el hielo cuando advirtieron que desde la multitud de aficionados franceses se desplegaba una pancarta que se burlaba de la memoria de Juan Gómez, Junaito, a quien llamaba "muerto". Los ultras levantaron a la parroquia en un grito unánime: "¡Illa illa illa, Juanito Maravilla!". Nada en toda la noche hizo comulgar a la gente como ese viejo cántico.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 17 de septiembre de 2003