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DON DE GENTES

Sodoma y Gomorra

Tengo amigos que creen que Bicoca es un personaje inventado porque no me atrevo a confesarles que es de verdad, que la quiero, y que si me dice ven, lo dejo todo.

"YA NO HAY CLASES". Éste es el mensaje escrito que recibí en el móvil a eso de las dos de la madrugada. Y no es que estuviera dormida, pero, qué caramba, el pitido de mi pequeño Nokia me sobresaltó. Mi santo hacía que leía (en realidad daba cabezadas) un artículo de la New York Review of Books sobre la historia de la silla eléctrica con el que anda tan fascinado que a veces me lee párrafos y me obliga a escucharlos: que si la inventó Edison ; que si se consideraba un avance progresista porque era más higiénica, más moderna; que si el primer hombre que murió en la silla eléctrica tardó lo menos media hora en morir porque no estaba perfeccionado el sistema. A veces miro a mi santo en la oscuridad y pienso: Dios mío, qué sueños estará teniendo este hombre con semejantes lecturas; pero oyes, me duerme como un niño de pecho, con una sonrisa plácida, chica, que da asco. A su lado yo leía las memorias sexuales de Saritísima , un poco por compensar, para que no parezca que nuestra cama es la cama de Gómez y Morticia Addams. En los últimos tiempos estoy un poquito confusa, la verdad, porque la idea que yo tenía del franquismo era de que todo el mundo estaba superreprimido, matándose a onanismos por las esquinas, que daba asco tanto onanismo, chica; pero ahora, con todo esto de los polvos de Sarita con unos, con otros, con León Felipe (qué hubiera dicho el poeta de saber que un día saldría en Salsa rosa), no sabe una qué pensar, y no olvidemos lo de la mítica mesa camilla de Encarna, espacio radiofónico que yo escuchaba en los taxis pensando que todas ellas eran fachas, Encarna y sus contertulias. Pero ahora resulta que mientras yo, joven comunista, no me comía un rosco porque cada vez que un camarada quería que hiciéramos la revolución yo le decía "no estoy preparada", que era una frase como de progre estrecha, todas aquellas fachas, folclóricas y cupletistas, a la chita callando, estaban pillando cacho. Porque aunque el espacio radiofónico se llamaba Mesa camilla para que sonara a tertulia caserita y decente, por lo que se ve aquello era Sodoma y también Gomorra, y todas le hacían a pelo y a pluma, todas eran pioneras del bisexualismo, del bollerismo y de la camilla redonda. Dirán ustedes que soy una drástica, pero casi que me arrepiento de no haber sido tan facha como ellas porque me hubiera gustado tener más experiencias que las que mi vida de progrecilla de barrio me ha proporcionado. Aquí se ve que el único que no pillaba cacho era el propio Generalísimo. Por cierto, que el otro día vi en la tele Espérame en el cielo, con Pepe Soriano haciendo de Franco (está que se sale), y me acordé de los dos premios (del público y al mejor director) que Antonio Mercero ha recibido en Montreal por su película Planta cuarta, que es una historia sobre niños con cáncer, y digo cáncer con todas sus letras, porque seguro (lo sé) que los que publicitan la película están dándole vueltas a cómo hacer promoción sin pronunciar la palabra prohibida. Desde aquí te lo digo, Mercero: ojalá que el público español te responda como el canadiense.

Pero a lo que iba, que al leer el mensaje enigmático del móvil "Ya no hay clases", yo creí que me lo mandaba mi niño desde la Fiesta del PCE, donde se había ido con su peña de malotes, y digamos que el mensaje cuadraba (dado el marco). El niño se nos había ido a acampar el fin de semana al recinto ferial. Cuando yo iba a la fiesta del Partido me volvía a fichar a mi casita por la noche, no que ahora, ¡hala!, allí se queda la peña acampando (por decirlo finamente). Luego pasa lo que pasa, que Llamazares se emociona y se cree el hombre que por tener allí a la juventud-baila en los conciertos, comiendo kebas y pillando cacho en la acampada, le van a votar. Perdona que me ría, Gaspar. Éstos van a lo que van; éstos son unos desagradecidos de la vida, hombre. Ahí radica su encanto. El caso es que el mensajito no era del niño rojo, sino de Bicoca. Me salí al balcón para que mi santo, que se había quedado dormido, abrazado al artículo sobre la silla eléctrica como a un osito, no se despertara, y allí, viendo cómo Rita, mi amiga transexual, esperaba en la parada del autobús a que pasara un cliente, llamé a Bicoca. Me hablaba a gritos, con una música ostentórea de fondo. Estaba en la discoteca Gavana, la misma en la que Agag y Ana perpetraron su despedida de solteros. Y desde aquel marco incomparable, Bicoca me hablaba sumida en la indignación. Me dice, es que no te lo vas a creer, a mi derecha tengo a la mismísima infanta Margarita con una amiga, y a su izquierda, a la mismísima Yola Berrocal con su prima. Y yo, qué me dices. Y Bicoca, adónde ha llegado España para que una infanta tenga que compartir techo con semejante tiparraca, ¿es que ya no reservamos el derecho de admisión?, se preguntaba. Mujer, le dije yo por tranquilizarla, piensa que nuestra infanta no puede verla, y que ojos que no ven, corazón que no siente. En esto, Rita me hizo un gesto de despedida porque se iba con un cliente en un Opel. A Bicoca no le hablo de mi amistad con Rita porque no la entendería. Y a su vez tengo amigos que creen que Bicoca es un personaje inventado porque no me atrevo a confesarles que es de verdad, que la quiero, y que si me dice ven, lo dejo todo. He sido siempre muy insustancial. Yo el PCE lo dejé porque prefería gastarme el dinero de la cuota en taxis. Literal.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de septiembre de 2003