Cada vez más, por las calles y establecimientos de las ciudades, podemos observar a ciudadanos jóvenes, y no tan jóvenes, con curiosos pañuelos, camisas o pantalones coloreados al estilo de las prendas usadas en el camuflaje militar.
La cosa parece que ha tenido un éxito inesperado. Probablemente, a algún genio de la publicidad y de la moda se le encendió la bombilla del eureka ante el panorama reciente de la geopolítica internacional.Pensó: "Hagamos moda con la realidad y el espectáculo televisivo".
Si tuviera éxito universal, y no es inconcebible que lo tenga, podría conseguir que los seis millones (y algo más) de habitantes de esta comunidad llevasen alguna prenda, íntima o menos íntima, incluyendo, por qué no, chaquetas, vestidos de noche, trajes y lujosos abrigos con colores tan singulares.
Estamos a punto de conseguir que los tonos del paisaje después de la batalla coincidan con los colores previos al enfrentamiento. En definitiva, con los colores cotidianos de Cataluña.
Con toda la modestia necesaria, me atrevo a apuntar que el diseñador de una moda tan hermosa y ciudadana deberia merecer un reconocimiento público y debería ser nominado para algún importante premio nacional.
Espero que nadie me robe la idea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 22 de septiembre de 2003