Ya sé que este gesto que me dispongo a hacer puede resultar blanco de críticas y dardos envenenados. Ya sé que lo que voy a hacer puede resultar, para unos, un agravio a las víctimas, y para otros, una ofensa a sus heroicos muertos. Pero es que yo sólo quería despedirme. Quería despedirme de alguien que nunca me negó el saludo y la palabra. Quería decirte "Agur, Arkaitz" y contarte lo que me sorprendió verte en esa foto que anunciaba tu muerte..., y que tu cuerpo fuera hallado nueve horas después del tiroteo..., y que pertenecieras a ETA..., y que fueras tú. Me sorprendieron tantas cosas como imágenes se me pasaron por la cabeza. Imágenes de los tiempos en que formábamos parte de un pequeño colectivo en la Universidad de Deusto, colectivo con un único nexo de unión, que era el simple hecho de movernos, de intentar que el trasiego universitario de algunos no se convirtiera en un plácido sueño, sino en un despertar a lo social y a lo político, a la protesta y a la reivindicación, a invitar, en definitiva, a mantenerse despiertos y no dormidos.
Todo eso logramos, Arkaitz, cada uno en su ámbito. Logramos sentarnos a dialogar en una misma mesa gente de muy diferente pensar, logramos reivindicar juntos algunas cosas y disentir en otras muchas. Todo ello tan sólo con un instrumento, la palabra, ésa que nunca me negaste. Siento mucho que, al final, terminaras renunciando a ella, porque sabrías que, en el país en que vivimos, que te quiten la palabra significa vivir sin libertad; les pasa a muchos, y vivir sin libertad puede significar la muerte, sólo que, en este último paso, algunos perecen asesinados y otros mueren matando.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 22 de septiembre de 2003