Hablaba Claude Chabrol de la atracción que siente hacia aquellos actos humanos que no tienen explicación. Por qué mata el que mata, qué pulsión furiosa arroja a un hombre a la noche buscando a un ser inocente a quien hacer un daño brutal; por qué hay asesinos sin remordimientos, que carecen de ese sentimiento de culpa que, a pesar de tener tan mala prensa, ha servido para que el hombre no devore al hombre. Danny Rose, uno de los personajes más conmovedores de Woody Allen, dice: "No soy creyente, pero sé lo que es sentirse culpable. ¿Qué hubiera sido del mundo si la gente no se sintiera culpable? Incluso yo me siento culpable de no creer en Dios". Sin duda, las crónicas de sucesos fueron la razón primera del periodismo y de la literatura. Simenon dedicó su vida a escribir de las pasiones humanas, las buenas y las malas, a través de su inspector Maigret. Cuando la policía de París le invitó a su cuartel general para que no repitiera errores al describir los movimientos del comisario, Simenon se dejó pasear por ese gran edificio a orillas del Sena, pero siguió siendo fiel al territorio ficticio que había creado para Maigret, porque lo único que le importaba era lo que estaba en el alma de sus personajes. Las personas nos repetimos como si estuviéramos hechas en serie. Cuando uno lee sobre la psicología del asesino de Rocío y Sonia, parece que ya lo leyó antes en una novela simenoniana: el asesino con dos caras, las niñas bellísimas, la madre acusadora con la razón perdida, los investigadores que quieren tener un culpable cuanto antes, la gente que antepone su moral reaccionaria a la verdad y considera culpable a esa mujer cuyas inclinaciones sexuales no son aceptables.
De todos los relatos que pudieran surgir de esta historia, tal vez el más perturbador sea el de esa mujer, Dolores Vázquez. Puede que cuando pase el tiempo se atreva a contarnos cómo se siente una criatura inocente que de pronto se convierte en apestada social. ¿Podrá volver ella a creer en la justicia, confiar en la policía, mirar a los ojos a quien tanto la acusó? ¿Podrá volver a creer en la bondad de esa gente que no ha matado a nadie pero quiso enterrarla en vida?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de septiembre de 2003