Más de 20.000 familias israelíes se han visto perjudicadas durante estos últimos tres años por la Intifada palestina, según aseguran las organizaciones humanitarias. Los Binisti es una de ellas. No en vano el padre, Eric, acaba de salir con vida del último atentado suicida perpetrado en una cafetería de Jerusalén, donde murieron siete personas y otras treinta resultaron heridas.
Esta tarde, cuando los rabinos anuncien el inicio del nuevo año judío, Rosh Hashaná, haciendo sonar los shofars -el cuerno de carnero- este superviviente se acercará con los suyos al Muro de las Lamentaciones, para dar gracias por su salvación y rezar por "la seguridad de Israel" y "el exterminio de todos nuestros enemigos".
"El estruendo de la explosión me levantó y arrojó al suelo. Estaba sentado en la terraza junto con unos amigos. Alcé la vista y, entre una nube de humo y polvo, vislumbré el perfil de una mujer que, desorientada, se tambaleaba, como si tratara de buscar un refugio. Me abalancé sobre ella y la protegí con mi cuerpo. Luego coloqué sobre nuestras cabezas una silla. Desde allí oímos caer una lluvia de metralla, tuercas y tornillos. Teníamos miedo. Un perdigón del tamaño del hueso de una aceituna voló por el aire para acabar incrustándose en mi espalda, a sólo tres centímetros de la columna vertebral", explica Eric Binisti, de 32 años, originario de Argelia, licenciado en Economía por la Universidad de Estrasburgo, que trabajó para una óptica y desde hace un año se encuentra en paro.
Eric Binisti ha percibido muy de cerca el olor de la muerte. Nunca, ni siquiera cuando estuvo enrolado en el Ejército en una unidad de combate y luchando en los frentes de Líbano, Hebrón, Gaza y Ramala, había palpado tan de cerca el peligro. Nunca tampoco una bala le había rozado el cuerpo, como lo ha hecho ese perdigón que el día del atentado le agujereó el pantalón tejano recién estrenado, a la altura de la cintura, y que guarda en el fondo del armario como si fuera un sudario. Los médicos acaban de darle el alta.
"Mi hija tiene un año, es demasiado pequeña para darse cuenta de lo que ha pasado. Mi esposa dice que he salvado mi vida de milagro. Yo, por mi parte, tengo la completa certeza de que moriré en cualquier momento. Es una sensación irracional, imposible de explicar y justificar, pero que me acompaña desde el día del atentado, el pasado 9 de septiembre. Me he prometido a mí mismo vivir más intensamente que nunca", afirma Eric Bintisi, mientras paladea el primer café de la mañana, en el barrio de German Colony, a pocos metros de la cafetería Hillel, escenario de aquel atentado.
Eric Bintisi no está solo. Ha adquirido un nuevo estatuto, el de superviviente, que la literatura oficial le emparenta directamente con los supervivientes del Holocausto nazi. Después del atentado ha quedado automáticamente enrolado en ese ejército configurado por las víctimas israelíes y en las que están inscritos los nombres de 873 muertos y 5.865 heridos, la tercera parte de las bajas sufridas por los palestinos.
Pero los daños son mucho más catastróficos y amplios. Los expertos aseguran que la violencia de estos tres años de Intifada ha salpicado en Israel a 20.000 familias. Éstos son al menos los datos que baraja Una Familia, una de las organizaciones humanitarias más inquietas de Israel, fundada hace dos años y que, bajo el lema de "reconstruyendo vidas destrozadas", ofrece ayuda a las víctimas del "terror árabe", incluidos los Binisti.
"Estamos presentes en todos los escenarios de los atentados terroristas. Conseguimos con ayuda de las autoridades las listas de los muertos y los heridos, para visitarlos y ofrecerles cualquier tipo de ayuda: comida, asistencia psicológica, casa, dinero o simplemente unas palabras de consuelo", explica Yehuda Poch, de 35 años, licenciado en Ciencias Políticas e Historia de la Universidad de Toronto, en Canadá, uno de los máximos responsables de Una Familia.
Una Familia ha distribuido en los dos últimos años siete millones y medio de dólares en ayudas, gracias a las donaciones llegadas de todo el mundo, preferentemente de Estados Unidos y Canadá. En esta organización trabajan más de 400 voluntarios. En Israel tienen abiertas ya tres sedes y dos más en Nueva York y Londres. La institución ha conseguido colocarse en cabeza de las asociaciones caritativas que han surgido en la comunidad judía en los últimos años para ayudar a las víctimas de atentados palestinos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de septiembre de 2003