Durante 16 años he sido uno de los miles de barceloneses que se desplazan al trabajo en vehículo privado.
Hace unos meses tuve que cambiarlo por la bicicleta. Esa experiencia fue una de las más caóticas de mi vida: la falta de costumbre, las prisas, el poco respeto que mostraron el resto de vehículos o la velocidad de alguno de ellos convirtieron aquel trayecto en una odisea.
Esta sensación de inseguridad disminuyó a medida que los días avanzaban; más tarde recuperé mi coche y, con él, mi rutina... o eso creía.
Hace unos días vi como uno de los muchos conductores impacientes de nuestra ciudad increpaba a una joven ciclista. Yo podía haber sido ese conductor, pero ahora, tras mi experiencia, me sentía más identificado con la chica y no pude evitar tomarme aquello como un ataque personal. Algo en mí ha cambiado.
Por primera vez, soy consciente de la falta de cultura y de tradición bicicletera en Barcelona y del largo camino que queda para que la bici se considere un vehículo normal.
Todos deberíamos ser ciclistas por un día. Aumentarían el civismo y el respeto hacia este vehículo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de septiembre de 2003