En los carteles de sus conciertos puede verse la figura de un músico gnaua. También en las portadas de sus dos únicos discos en ocho años, En concert y Poulina. Los gnauas, descendientes de esclavos negros llegados a Marruecos hace siglos, son sanadores que ejercen su saber de generación en generación, pero también músicos.
Discípulo de los gnauas es Aziz, uno de los fundadores de esta orquesta de música norteafricana que toma su nombre del abigarrado barrio parisiense a los pies del Sacré Coeur. Y es Aziz quien toca el único instrumento que sonó al principio, un guembri, especie de laúd. Lo demás, voces y palmas. Las frases musicales son repetitivas, el ritmo, hipnótico: suave despegue de un viaje hacia el zoco-funk, según la definición de un buen aficionado belga.
Orchestre National de Barbès
Divino Aqualung. Madrid, 28 de septiembre.
La Orquesta Nacional de Barbès tiende al rap y el raggamuffin con Kamel, al chaabi con Fateh... Y al rock, el funk o la salsa, sin perder el punto moruno. Al bajo, impertérrito, Youssef Boukella, sabedor de que la sala de máquinas de la ONB depende en gran medida de su rigor.
El tiempo que han querido permanecer lejos de los escenarios -más de 500 conciertos en cinco años pasaban factura- parece haberlos enfriado un poco.
Como primera sorpresa, salió el Niño Josele, para acompañar a Aziz. La otra la dejaron para el final: Sympathy for the devil. Si Brian Jones y compañía se lo fumaron todo y se inspiraron en ritmos de Marruecos, qué menos que los Rolling Stones presten una de sus canciones a la ONB. Antes habían aparecido por la sala siete norteafricanos en chilaba con panderos y karkabas -dobles castañuelas metálicas-. Hombres del Magreb que intentan mantener sus tradiciones en Madrid. Música para el trance con Abdellah, Hassan o Karim, que se ganan los euros como mecánicos, jardineros o vendedores ambulantes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de septiembre de 2003