Los que llevamos años trabajando para que la educación en medios de comunicación sea una realidad en los centros educativos le agradecemos a Margarita Rivière la columna del pasado 28 de septiembre: ¿Quién educa?
No sólo la televisión es nuestra competencia más directa, sino que se está convirtiendo en un peligro para la integridad moral de nuestros niños y jóvenes. Algunos de estos programas son un ejemplo de mala educación, atropello y desprecio a la dignidad humana, y echan por el suelo cualquier labor educativa que predique lo contrario.
También me resultó sorprendente que Joan Subirats (EL PAÍS, 15 de septiembre) y Fabricio Caivano (EL PAÍS, 1 de septiembre) no mencionaran el poder de la televisión en el proceso educativo y los conflictos que generan los contenidos televisivos en este proceso. Es posible que los hijos de las élites no se vean afectados por esta situación porque sus familias tienen recursos suficientes para evitar la teleadicción, pero ésta no es la situación de la mayoría. La educación en medios corresponde a la familia y a los centros educativos. Pero no olvidemos que los centros se ven obligados a desarrollar los programas que las administraciones señalan y, de momento, ninguna ha demostrado interés por educar el sentido crítico de los telespectadores.
El día en que se reclame un debate sobre este tema podremos tener alguna esperanza, pero para empezar es necesario que las cabezas pensantes del país contribuyan a despertar las mentes adormecidas por tanta basura televisiva. Por ello, Margarita, ¡gracias por romper el hielo!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de octubre de 2003