Al final se ha cantado La traviata en versión de concierto en la sesión inaugural de la temporada del Real, tal como quería la defenestrada soprano Angela Gheorghiu. Entonces, la dirección del teatro defendió una postura de equipo, sólida, seria, por encima de los comportamientos individuales. Era un buen síntoma para conseguir ese espectáculo total al que la ópera siempre aspira. La decisión de prescindir de la escena, aunque sea por imperativo de una huelga, me parece un gesto de falta de solidaridad con el equipo artístico y, en cierto modo, un fraude hacia el público. Es un gesto que pone en entredicho la filosofía del teatro, por mucho que se diga que los espectadores podían optar por la devolución del importe de unas entradas que en la jornada de ayer alcanzaban hasta los 226 euros. No está de más recordar que el teatro es una parte fundamental de la ópera. Lo de ayer era un sucedáneo, por mucho que la soprano Norah Amsellem cantase maravillosamente bien (al menos, el primer acto; después me marché) y López Cobos dirigiese con elegancia y refinamiento.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de octubre de 2003