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Crítica:TEATRO | 'Comedias bárbaras'

Un Valle brillante y absurdo

Bigas Luna, un cineasta de trayectoria irregular, apasionado de los rotundos placeres visuales de la carne, ya sea bajo especie de gastronomía o directamente sexual, encuentra en estas feroces Comedias bárbaras del maestro Valle-Inclán el vehículo perfecto para recurrir a esa clase de tremendismo de lo primitivo que trata de hallar en las vísceras el origen de toda veracidad. Su espectáculo recupera, de entrada, los antiguos tiempos de la fiesta del teatro, ofreciendo a los espectadores un banquete moderado de queso de teta gallega y orujo de mucha graduación a medida que van llegando, en el entorno de una exposición alusiva a las características del montaje que se disponen a contemplar: desolación casi desértica, colección de osamentas diseminadas por el suelo, deambular de un tétrico empalado entre los asistentes.

Comedias bárbaras

De Ramón María del Valle-Inclán, en adaptación de Pablo Ley. Intérpretes: Juan Luis Galiardo, Sergio Peris Mencheta, Pep Cortés, Empar Ferrer, Isabel Rocatti, Enric Benavent, Juli Mira... Iluminación: Albert Faura. Vestuario: Francis Montesinos. Escenografía Ciudad: Miquel Navarro. Escenografía: Manuel Zuriaga, Josep Simón. Sonido: José Luis Alvarez. Música: Miguel Marín, con Capella de Ministrers. Asesor en Valle-Inclán: Antonio Díaz Zamora. Puesta en escena: Ferran Madico. Dirección: Bigas Luna. Una producción de la Fundación de las Artes Escénicas de la Generalitat Valenciana. Nave de Sagunto (Puerto de Sagunto). Valencia, 30 de septiembre de 2003.

El espectáculo (con una iluminación de una presencia física fuera de lo común) aprovecha a las mil maravillas el recinto de una enorme nave industrial abandonada para ofrecer una fiesta de los sentidos, aun de los más macabros y sensuales, que muchas veces oscila entre el Ben-Hur de William Wyler y las procesiones de la Semana Santa sevillana, en un juego irregular de proporciones dictado muchas veces por la enormidad del espacio escénico, no muy dotado para algunas escenas, que requieren de una cierta intimidad entre actor y espectador. Por ahí es por donde se pierde muchas veces la textura del texto de Valle-Inclán, aunque no su continuidad argumental, teniendo en cuenta la brutal reducción de tiempo que Pablo Ley se ha visto forzado a hacer para comprimir en hora y media las tres obras que conforman estas Comedias bárbaras.

Entre los méritos, que no son pocos, de Bigas Luna hay que anotar la correspondencia visual de su montaje con la fiebre de estrépito que guía el texto de Valle, lo que refuerza de manera muy potente con un gran dispositivo audiovisual en el que brama el oleaje del Atlántico contra los acantilados. En ese sentido, con el audio reproduciendo a toda pastilla rayos y truenos de más enjundia que la tempestad de El rey Lear, hay que anotar la inquietud de más de un espectador, dada la noche nublada y la adicción a las goteras que padece la nave que da cobijo al espectáculo.

Una escenografía dispersa, que incluye una bonita pero tal vez injustificada ciudad en miniatura de las que compone Miquel Navarro, acoge el trajín incesante de personajes a caballo y jaurías de perros lobo, con la persistente presencia del Diablo y de la Iglesia, y donde Bigas Luna y Ferran Madico saben alternar perfectamente los momentos de tensión tumultuosa con los de una cierta intimidad, haciendo avanzar sin altibajos el enfrentamiento atroz entre Don Juan Manuel de Montenegro (un convincente tirano que, a veces, por las condiciones de la sala, se ve forzado a hacer de pregonero) y sus hijos. Ambición, sexo, vesania, beatería de doble filo y una espectacularidad a tono con las producciones cinematográficas de mucha acción, en un montaje que fue muy aplaudido por los invitados a la noche de su estreno. Tampoco está mal ver a la plana mayor del PP local aplaudiendo con gusto tanta atrocidad junta.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de octubre de 2003