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COLUMNA

Culpables

Me gustaría, algún día, leer, ver en la tele o escuchar en la radio que los dirigentes del Partido Popular se equivocan en algo. Comprendo que la doctrina Aznar la llevan clavada en la carne como un silicio y nunca se sentirán culpables. No lo hicieron antes y, ahora, entrando en periodo electoral menos. No sé si alguien del PP (me imagino que muchos) vio el martes pasado a la madre de Sonia Caravantes en el ponderado y profesional programa de Paco Lobatón en Canal Sur. Confieso que me enganchó, me hizo ponerme la carne de gallina, sentí la impotencia de no poder ayudarle y me admiré de una entereza increíble a pocos días de haber enterrado a su hija, asesinada por el asesino confeso Tony Alexander King.

No digo ya que el ministro del Interior, Ángel Acebes, se apee de su disco rayado y maltrate a la ciudadanía con versiones que ni él mismo cree, ni que tampoco Michavila recoja velas y pida disculpas al pueblo andaluz (que no lo hará), pero al menos tengan la generosidad para una familia, la de Sonia, y para una mujer, Dolores Vázquez, en reconocer los errores cometidos. Hasta ciudadanos ingleses pedían, públicamente perdón, por habernos enviado a este desecho humano.

No sé si algún policía se atreverá a denunciar la precariedad de medios que disponen, la difícil operatividad cuando deben trabajar con informaciones de Interpol, los celos entre cuerpos que abortan operaciones (sobre todo en el tráfico de drogas y armas) y que en la investigación de los asesinatos de Rocío y Sonia se pusieron, lamentablemente, de manifiesto. No lo hará, por miedo, pero los mandos de Interior conocen que, al menos en la Costa del Sol, es algo muy habitual.

Asesinatos que fueron carnaza permanente en algunos programas de televisión que sin pudor desnudaron, con enorme temeridad, vida y hacienda de las personas implicadas. Por eso y aunque nada tenga que ver, cuando en esta misma semana, el director general de la RTVA, Rafael Camacho pedía públicamente perdón por los programas de "corazón" de la RTVA, en un acto casi sin precedente en los tiempos que corren, es para no perder la esperanza.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de octubre de 2003