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Crítica:CRÍTICA

El mito incómodo

"A los españoles no les gusta Carmen. Encuentran que todos los personajes de este cuento están extraídos del peor folclore", escribió Michel del Castillo en un libro de otro tiempo, Le sortilège espagnol. Y lleva razón, aunque olvidó añadir que la peor sombra que proyecta este mito del XIX, que amenaza eternidad sobre el imaginario masculino, no es otra que el temor de la castración. Están claras las razones de por qué al espíritu patriarcal le asusta la gitana Carmen: por su independencia, su carácter fogoso; porque, en definitiva, no se presta a ser domada. Y si es cierto lo del peor folclore, no lo es menos que el genio de Prosper Merimée fue capaz de pasar por encima de las cortapisas que socavan la credibilidad del texto -su exotismo, su racismo- para crear un mito imperecedero. Incómodo, no hay duda, pero como todo mito, cargado de un oscuro sentido.

CARMEN

Dirección: Vicente Aranda. Intérpretes: Paz Vega, Leonardo Sbaraglia, Jay Bennedict, Antonio Dechent, Joan Crosas, María Botto, Ginés García Millán. Género: drama, España, 2003. Duración: 125 minutos.

De ahí mismo, del texto de Merimée, parten Vicente Aranda y su coguionista, Joaquín Jordá. Y lo hacen con extremo cuidado por los datos de la trama, aunque también para derivar la acción y los personajes hacia una dirección mucho más contemporánea; haciendo una lectura en presente, dando al personaje de Carmen, a quien una soberbia Paz Vega dota de un magnetismo impresionante, razones más poderosas que las que imaginó el francés para su criatura. Y confrontándola con un don José (el no menos inspirado Sbaraglia, que da al personaje toda su hondura trágica) mucho más expeditivo que el literario: un don José, por ejemplo, que zanja la disputa con el galante Lucas, que es el amante de su amada, por la vía más directa posible.

Pero la gran creación de Vicente Aranda, que se mueve a sus anchas con una criatura como Carmen entre sus manos, que crea una tensión insoportable en varios momentos del relato y que a la postre brinda una soberbia lección de ritmo y sabiduría narrativa, no es otra que el brindar de la mujer un retrato más ajustado, menos racial.

Ideal de libertad

Al despojar la trama de toda la inútil verborrea sobre los gitanos y su mundo, Aranda lanza al rostro de su espectador a una mujer cabal, que prefiere morir a perder su libertad. Que ama sin cortapisas. Que representa, claro, un ideal de libertad que sólo puede chocar con la desmedida turbulencia de una pasión, la de don José, que es ante todo deseo de control, de posesión, al tiempo que una denuncia sobre el amor como pertenencia. Y el resultado es ni más ni menos la mejor Carmen que este cronista haya visto. Y a pesar de la opinión de su productor, el mejor filme de Vicente Aranda en mucho tiempo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de octubre de 2003