Hay películas que van dirigidas al intelecto del espectador; películas que apelan al simple ejercicio de la mandíbula; películas que son un certero disparo en el centro de la retina y, en fin, películas destinadas a lo más hondo del corazón. Las de Patrice Chéreau se introducen directamente en el estómago y lo remueven de tal forma que uno sale del cine con la sensación de que necesita un urgente lavado. El director francés sabe agitar conciencias (¿dónde si no en el estómago se iba a esconder semejante propiedad del espíritu humano?) y Su hermano es el último ejemplo.
Estrenada en el Festival de Cine de Berlín 2003, donde consiguió el Oso de Plata al mejor director, la nueva película de Chéreau es una obra sobre la degradación y sobre el ennoblecimiento. Mientras el cuerpo del enfermo protagonista de la historia se gangrena, el alma de su hermano cuidador se dignifica. Un hombre joven, de unos treinta y tantos, yace en la cama de un hospital torturado por los hematomas y las supuraciones que le provoca una grave enfermedad sanguínea: las plaquetas han decidido pasar a mejor vida a un ritmo irrefrenable. La muerte parece que acecha al otro lado de la esquina pero, como dicen los médicos, se puede vivir sin plaquetas; eso sí, machacado por los riesgos de que la sangre se coagule por cualquier circunstancia intrascendente para el resto de los mortales.
SU HERMANO
Dirección: Patrice Chéreau. Intérpretes: Bruno Todeschini, Eric Caravaca. Género: drama. Francia, 2003. Duración: 95 minutos.
Chéreau filma la enfermedad como un entomólogo que coloca la lupa en las alas de una mariposa. La cámara introduce al espectador en esa gélida habitación. Casi se puede oler el inconfundible tufo a hospital. Cada gemido del hombre enfermo es sentido como un crujido estomacal. Cada nueva intervención médica es sufrida casi como propia.
Pero la película no es sólo el rodaje de una enfermedad, es un análisis de la conciencia del cuidador, ese hermano pequeño distanciado de los quehaceres familiares desde no se sabe cuándo, que ahora ha decidido por no se sabe qué razón que hay que estar al lado del enfermo. Todo es sutileza en el filme, desde las razones por las que ese par de consanguíneos han estado separados (¿quizá la homosexualidad del menor, mal entendida por el mayor?) hasta la dimisión de los padres para hacerse cargo del paciente. Puede que incluso en algún momento esa sutileza sea excesiva, lo que provoca que el personaje del padre se convierta en un mero monigote: apenas tiene una secuencia para mostrar sus peculiaridades de carácter y éstas son tan explosivamente negativas que cuesta entender las razones.
Su hermano es pariente cinematográfica de Intimidad, la anterior película de Chéreau. Lo que aquélla era al sexo, ésta lo es a la enfermedad, a ese lamentable estado del que le está viendo las orejas al lobo desde hace tiempo, del que no está ni allí ni aquí. Y el director y guionista lo hace con su particular estilo, ése que le lleva a filmar una secuencia de casi cinco minutos con el enfermo postrado en la cama mientras un par de enfermeras le depilan el vello de todo su cuerpo, armadas de crema y maquinilla eléctrica. El ruido del artefacto se hace tan insoportable que traslada a un estado de ansiedad difícil de soportar. Decir que la interpretación de Bruno Todeschini y Eric Caravaca (el estupendo protagonista de El pabellón de los oficiales) es magnífica sería demasiado obvio. Lo más justo es afirmar que en ningún momento se ve a dos actores en el ejercicio de sus funciones; estamos viendo a dos hombres machacados por la sinrazón que a veces es la vida. Basada en una novela de Philippe Besson, Su hermano es una obra tan valiente como sórdida, tan veraz como horrorosa, tan atrayente como repulsiva.
A veces el cine de Chéreau es tan cansado como subir una montaña, pero cuando uno está arriba, en la cima, entonces se alegra de la experiencia. A pesar del dolor de estómago que deja.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de octubre de 2003