El intento de parar la Liga ACB hasta que hubiese un acuerdo económico en la adjudicación de los derechos televisivos escenifica la realidad que vive el deporte en cuanto a su relación con el medio audiovisual por excelencia. Lejanas ya las épocas de las vacas gordas, en las que cada contrato suponía suculentos emolumentos que soportaban la estructura financiera de los clubes y las competiciones, ha llegado para todos el delicado momento en el que no cuadran las cuentas para las partes en litigio. Incluso cuando hablamos de fútbol, hasta ahora intocable en estos asuntos.
Tiene razón la ACB en buscar un precio razonable a lo que considera el valor de una Liga que no tiene comparación en Europa. Dejando a un lado la NBA, el torneo español recoge buena parte del talento restante, varios de sus clubes cuentan con un respaldo social en ocasiones superior al de los de fútbol de sus ciudades y, gracias a la atractiva selección que se ha formado alrededor de la generación de Gasol, cuenta en su nómina con deportistas reconocidos por un amplio espectro de la población. Pasados los oscuros 90, el baloncesto vive una época de relativa efervescencia.
Ahora bien, todo esto no dejan de ser opiniones más o menos fundadas y las cadenas de televisión hace tiempo que no se rigen por estos parámetros, sino por algo mucho más objetivo: las audiencias. Y las audiencias dicen que una apuesta por el baloncesto en los términos que proponen sus dirigentes no les es rentable o les es menos rentable que colocar a unos cuantos contertulios comentando si la Pantoja es o no es tan mala como la pintan.
Esta realidad elimina de los posibles clientes a las cadenas privadas y limita las opciones a dos: el canal de pago y los públicos. La plataforma digital ha tratado excelentemente al baloncesto en los últimos años. Le ha dado mimos, cuidados y no ha escatimado esfuerzos.
Pero, volviendo a los datos, los partidos han pasado de millones a miles de espectadores, con la consiguiente repercusión en su seguimiento. Por ello, el interés de la patronal en convencer a TVE, la de los billones de déficit. Y, cuando se habla de TVE, el debate pasa de lo económico a lo político. En nuestra cadena pública las cuentas no cuadran nunca y los acuerdos que se tomaron ayer no valen mañana, por lo que los criterios monetarios parecen fuera de lugar. Tratándose de un servicio público (¿a qué produce cierto sonrojo decirlo?), ¿merece la pena un esfuerzo por echar una mano al segundo deporte en seguimiento de este país?
Para complicar más el asunto, la ACB ve que, después de muchos años en los que sus conflictos con los poderes y las entidades públicas han sido notorios, ahora debe acudir a alguno de ellos para sobrevivir. Más de uno les estaba esperando.
En definitiva, mal comienza el curso cuando, en vez de hablar de equipos y jugadores, las noticias giran alrededor de una mesa de negociación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de octubre de 2003