Ronaldo, el mejor delantero del planeta, resultó demasiado para la trinchera cavada en Chamartín por un especialista como Javier Clemente. El brasileño apareció a tiempo para mandar al garete al Espanyol, que vivió bajo el techo de su portero, Lemmens, toda la tarde. Se limitó a cumplir el objetivo de muchos conjuntos que, como él, se achican de lo lindo cuando llegan a Madrid: no salir goleado (2-1). Unos dirán que su orgullo quedó a salvo al evitar una zurra considerable. Otros apuntarán que ésta no es su Liga. Como el fútbol no atiende al corazón, lo único cierto es que el Espanyol sigue el último.
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Pese a la resistencia periquita hasta el segundo tiempo, el Madrid siempre estuvo a un milímetro del gol. Nunca dio la sensación de ofuscarse. Más bien, lo contrario. El equipo se ve tan superior que deja rodar los partidos a la espera de cazar la presa. No necesita un trago largo de buen fútbol. Tiene absoluta confianza en que tarde o temprano aparecerá alguien del pelotón de estrellas. Ayer fue Ronaldo, que llevaba una semana soplando velas; otros días es Zidane, que se crece en el Bernabéu; o Raúl, que no distingue territorios. Le basta para enterrar a equipos de perfil tan bajo como el Espanyol. Y si el partido se pone bronco, como ayer en algunas fases, el Madrid mantiene el pulso y pasa página.
Bronca también hubo en Barcelona, donde, por mucha paella y butifarra que regale la directiva, lo que ocurre en el césped es tan empachoso como en otros cursos. Ante el poderoso Valencia, un equipo forrado de músculo que teje los partidos según le convenga, el Barça patinó de nuevo y el público se lo reprochó. Sobre todo, a Kluivert, un magnífico futbolista al que el Camp Nou azota con saña. El holandés no halla el gol, pero poco le ayudan. Su corpachón se ha convertido en la diana de sus compañeros. Él se ofrece siempre, incluso para lo imposible: bajar la pelota cuando llega llovida desde el horizonte, soportar la embestida del central de turno, darse la vuelta y llegar fresco al gol. Demasiado para cualquiera.
Más claro lo tuvo el Valencia, cuya victoria tuvo aún más mérito al no contar con Aimar. Pero el cuadro de Benítez lo tiene todo a punto. Sus números cantan: tras la primera jornada, ha encadenado cinco triunfos y nadie le ha metido un gol. Mucha tela para un Barça con los vicios de temporadas precedentes, por mucho que se haya ventilado el palco.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 6 de octubre de 2003