Se ríen, se desternillan: "Se mondan, coño", diría uno cualquiera de los personajes de la obra, que siguen la costumbre de hablar mal: como en la calle, claro, como la generación que representan. Se desternilla el público: aun antes de realizar la gracia, la idea. Le basta que arranque en escena Pepón Nieto, muy buen amigo desde la tele; y, diríamos aquí, muy buen actor. Una línea casi extinguida: actor cómico. Pero con matices. La comedia va más allá; el sainete es dramático, casi trágico. Estas generaciones de la burguesía media tienen la vida difícil: no iban a ser una excepción. Sus amores, sus palabras: su leve toque de droga aspirada, sus botellas de buen vino o de whisky, su vocabulario indecente, sus trabajos aleatorios, se mezclan con la necesidad de mantener un orden.
¡Excusas!
De Joel Jordán y Jordi Sánchez. Intérpretes: Pepón Nieto, Luis Merlo, Ana Labordeta, Melani Olivares. Escenografía de May Glaenzel y Estel Cristià. Vestuario: Elisabeth Alemany y Barbara Gkaentzel. Dramaturgia y dirección: Pep Anton Gómez. Teatro Príncipe, Madrid.
Se casan, se embarazan, el niño es su tortura cotidiana, su infierno; la pareja que pare -Pepón Nieto, Ana Labordeta- son el espejo deforme en que se mira la otra pareja del reparto, la que interpretan Luis Merlo y Melani Olivares: que se ha separado, que vuelve a tratar de unirse y que llega a la última media hora de representación en pleno desastre. Hasta con un disparo, hasta con una agresión crudelísima en escena. El teatro va cambiando sus emociones; aquello de lo que ha reído de buena gana se le congela en la nariz, se le muere. Es un cambio de emociones del espectador: graduado, justo. La obra está bien hecha, está bien escrita y si antes he citado a Pepón Nieto, no se puede dudar de la calidad de los demás; estos jóvenes que proceden de otros medios en ésta y en otras compañías están llevando al teatro una manera de interpretar más cercana y más incorporada al lenguaje y a la gente de la calle. El director Pep Antón Gómez lo lleva todo a un ritmo velocísimo: la palabra no deja apenas huecos. Está bien. Soy incapaz de discernir qué diferencia puede haber entre autores y dramaturgo, como dice también el director, y cuáles entre dramaturgia y dirección.
Sea como sea, está bien todo: un público de domingo casi llenando la sala enorme y reaccionando como mandan actores, autores, dramaturgo y director, sale satisfecho y lo muestra.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 7 de octubre de 2003