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VISTO / OÍDO

Partidos

El Tribunal de Cuentas pone en duda las formas de obtener dinero que tienen los partidos. Más dudosas, creo, cuanto más poder tienen: podrían hacer favores a quienes contribuyeran más. Podría ocurrir que los óbolos de compradores y vendedores de terrenos se mostraran generosos con quienes les han comprendido y que hicieran donativos anónimos, caritativos o hasta pagar tránsfugas que les ayudaran a hacerse con el poder: así el precio de la vivienda sería consecuencia de ese entusiasmo por la ideología. Un partido fue una reunión de personas en torno a unas ideas y a unas necesidades de clase para reunir el dinero para presentarse a las elecciones frente a los ricos del antiguo régimen; que muy pronto aprendieron e hicieron a su vez sus partidos. Hoy, los partidos son muy caros y tienen pocos militantes: no viven de ellos. Los Presupuestos Generales les subvencionan para que pueda hacerse el aparato democrático visual. La forma de subvencionar es tan fastidiosa como todo lo que emana de la obsoleta Constitución: más dinero al partido que obtiene más escaños.

Es la manera de reducir su número, para que el poder se concentre a ser posible en dos (bipartidismo): pasa en España, porque IU no ha recuperado aún la posición debida, y el poder conservador actual trata por medios más o menos grotescos y ridículos -¡recordando a Stalin!- de evitar una agrupación de la izquierda general. Sumado a la fórmula aritmética de d´Hondt, al reparto de circunscripciones y al reglamento de las cámaras, excluye toda penetración nueva de ideas. Cuando un partido arranca es una minoría imperceptible, que puede hacerse grande; en España ya no puede pasar que nuevas ideas penetren este muro defensivo. Si se tiene en cuenta la existencia real de "poderes fácticos" o grupos de presión fuertes -el primero hoy sería EE UU-, los dos partidos tendrían que plegarse a "lo posible". Constituidos así, con pocos militantes y buenos donantes, los partidos se hacen en torno a un aparato fuerte; sus dirigentes suelen ser los mismos y una vez que consiguen el poder es imposible desalojarles y la inmovilidad se apodera del país. Y se la consagra como ahora a la vieja Constitución. La Constitución o el caos, se dice como decían los antiguos dictadores: o Yo o el desastre. Y de esas mentiras vivimos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 9 de octubre de 2003