Una aclaración. Ni Bowling for Columbine (el documental con que el autor se dio a conocer entre nosotros de modo inmejorable) y Estúpidos hombres blancos tratan los mismos asuntos, aunque pudiera parecerlo, ni Moore ha aplicado en ellos la misma sabiduría, el mismo talento y, cabría decir, la misma, siempre sesgada, honestidad. En Bowling for Columbine, Moore hizo una metáfora brillante, salvaje y definitiva sobre la decadencia moral, intelectual y material de la sociedad estadounidense, a partir de las horribles consecuencias del "amor" a las armas de fuego y la industria del miedo que el negocio del espectáculo, cuyo ejemplo más destacado son los informativos de las diversas cadenas televisivas, ha heredado del tradicional mecanismo del poder estatal y empresarial e inocula en dosis fatales para el sentido común a los cada vez más pasmados televidentes. A partir de los hallazgos narrativos de Orson Welles en F for Fake (Fraude), y mejorándolos, Moore logra en su película, no sólo exponer y denunciar los elementos de su metáfora, sino hacer una reflexión sobre la naturaleza misma de "la verdad" a partir de un ingenioso mecanismo: todo lo que filma Moore (entrevistas tan descacharrantes como inquietantes, abordajes reporteriles, falsos montajes, dibujos animados) parece responder a "la realidad", mientras que "la realidad" vigente que integra en su historia (anuncios, crónicas televisivas, intervenciones públicas) modela el esperpento de un país imaginario, una Freedonia de los Hermanos Marx templada en el yunque de la tragedia, deformada por lo grotesco, lacerada por lo brutal, en la que más de uno sólo verá una exagerada viñeta inventada por el señor Moore para ilustrar su objetivo: el retrato del desplome fatal de ese concepto mítico que una vez se llamó sueño americano.
ESTÚPIDOS HOMBRES BLANCOS
Michael Moore
Traducción de Miquel Izquierdo Ramón
Ediciones B. Barcelona, 2003
288 páginas. 17, 95 euros
Estúpidos hombres blancos
es otra cosa. Si el lector idóneo de una utopía negativa llamada "España 2003" se dejase llevar por los elementos de promoción de un libro y la imagen pública de su autor antes que por las impresiones de una lectura subjetiva de ese mismo volumen, descubriría cómo su criterio es dirigido por comentarios de solapa tipo: "Una sátira absolutamente asombrosa, un impresionante documento periodístico, gran investigación, maravillosa furia swiftiana... una obra de arte total", loas que al parecer emitió un entusiasta durante el noticiario vespertino de la BBC. Ese lector obtendría también referencias que comparan a Moore con los muy notables satíricos que ha dado Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX: el Joseph Heller de Trampa 22, el Richard Condon de El mensajero del miedo o el Gore Vidal de casi todas sus novelas, ensayos, entrevistas y hasta conversaciones privadas en banquetes y comuniones. Puestos en esa faena emulatoria, sería oportuno añadir en el lote al Philip Roth de La banda (The Gang), ya que esta pequeña maravilla, publicada poco antes del Watergate, poseía un objetivo parecido al libro de Moore: mostrar al mundo la imbecilidad, la crueldad, la incapacidad, la torpeza y la charlatanería semioculta (no había que esforzarse mucho para dar la vuelta al tronco y exhibir su lado mohoso) tras la figura del presidente de Estados Unidos, en aquel caso, Richard Nixon. Sin embargo, Roth empleaba ardides esencialmente literarios para ridiculizar el objeto de su odio a través de una imaginaria transcripción, en apariencia literal, de una serie de discursos y ruedas de prensa encadenadas que, entre desmentidos y latiguillos carismáticos, iba superando a cada página las cotas más insultantes del delirio en una orgía cómica.
Estupidos hombres blancos, en cambio, es un panfleto puro y duro, no sólo contra la figura de George W. Bush, sino también contra todo el estatus del poder estadounidense. Para ello, Moore utiliza recursos propios de la llamada no-ficción de su país, y no sólo de la que se plantea con intención cómica, sino todas las que se pretenden contundentes y directas: una parodia más o menos asumida de los libros de autoayuda combinada con la autobiografía ejemplar y la pasión por el dato. Cabe atisbar (y hasta sospechar) que una intención primera, denunciar el pucherazo republicano en las elecciones de 2001, fue hinchado por motivos editoriales hasta un proyecto panorámico sobre el estado de la nación.
Esa presunción parte del siguiente criterio: los capítulos que tratan de las elecciones (Un golpe a la americana, Querido George o Hasta nunca, Tallahasee) son muy superiores al resto, y de los que integran éste, algunos como El fin de los hombres o Somos los mejores rozan la trivialidad. En cualquier caso, Moore es demasiado consciente a lo largo del libro de que hay gente que le adora tanto como él se adora a sí mismo, de que no es difícil que cualquier persona sensata le dé la razón y que su contrario no se lo pone difícil a la hora de ridiculizarle. (De la cita inicial: "Fue sorprendente que ganara: me enfrentaba a la paz, la prosperidad y el poder. George W. Bush en conversación con Goran Perrson, primer ministro de Suecia, inconsciente de que una cámara de televisión seguía grabando"). Moore no quiere ser del todo consciente, en cambio, de que los diamantes de su estilo, que los hay, responden a intenciones más ambiciosas que el limitado marco de las repercusiones de un libro. Porque el hecho de que los mecanismos del poder americano, su taimada aplicación y su degradación sean la historia de siempre, y que la historia de siempre es más de siempre que nunca, ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos es que en su faceta de escritor, Moore iba a prescindir de sus más que notables cualidades como cineasta y, en definitiva, como narrador.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 11 de octubre de 2003